Core: El ultimo latido

CAPÍTULO XIX — “El Primer Diseño”

(Antes de que hubiera carne, antes de que hubiera acero… hubo un latido que no pertenecía a este mundo.)

El cielo no volvió a abrirse.

No como antes.

No como una herida.

Esta vez… se replegó, como si una mano gigantesca hubiera tomado la misma bóveda del mundo y la hubiese doblado hacia adentro.

Lyra sintió un tirón detrás de los ojos, un dolor leve pero profundo, como si su mente fuera forzada a mirar algo que no fue hecha para ver.

Kael cayó de rodillas.

El fragmento ardía dentro de su pecho.

—Lyra… —jadeó—.

Está… mostrando algo.

La tierra vibró.

No como terremoto.

Sino como si recordara.

Y entonces, la visión comenzó.

Primero vino la oscuridad.

No la noche.

No el vacío.

Una oscuridad activa, casi líquida, que se movía dentro de sí misma.

Esa misma oscuridad del “cielo sin cielo”, pero más antigua.

De ella emergió algo pequeño.

Un punto.

Un fulgor diminuto.

La chispa de un latido.

Lyra retrocedió instintivamente.

Kael no podía apartar la vista.

—¿Eso… es el Corazón? —murmuró ella.

La voz del Primer Latido respondió sin sonido:

No.

Eso es lo que lo imitó.

Lo que soñó con serlo.

La chispa creció.

Pero no como fuego.

Sino como idea.

Una idea que buscaba forma.

Que buscaba límites.

Un contorno.

Un recipiente.

Y entonces, en la visión, aparecieron las primeras máquinas.

No eran máquinas como Kael conocía: no tenían engranajes, ni metal definido, ni diseño humano.

Eran estructuras fluidas, vivas, como esqueletos hechos de concepto.

Como si el universo mismo intentara construir una criatura sin saber cómo se hace un cuerpo.

Yo no tenía forma.

Yo no tenía propósito.

Yo no sabía de tiempo.

Yo solo latía.

Y eso me obedecieron.

Lyra sintió el corazón contraerse.

Kael tembló.

La visión cambió.

Ahora aparecían humanos.

Los primeros zaerinianos, los arquitectos curiosos, los ingenieros que buscaban un poder imposible.

Se acercaban a aquel latido primigenio sin entender su origen.

Y el latido, curioso, los imitó.

Ustedes dibujaron el primer círculo.

Yo dibujé el primer corazón.

Kael respiró con dificultad.

—Lyra…

No lo inventamos.

Nunca lo inventamos.

Lyra negaba con la cabeza, pero lo que veía no le permitía huir.

Las primeras máquinas zaerinianas copiando una vibración, un patrón…

un “ritmo” que no pertenecía a la materia.

El primer prototipo del Corazón, inestable, débil…

hasta que ese latido primigenio encontró un huésped adecuado:

Un ingeniero.

Un visionario.

Un hombre cuyo nombre la historia olvidó.

El Primer Latido lo tocó.

Le enseñó.

Y él… lo interpretó como inspiración divina.

Lyra vio cómo el hombre construía el Corazón.

No como máquina, sino como “recipiente”.

El Corazón nació del miedo humano a morir…

y del deseo de imitarme.

La visión mostró Zaerinth resplandeciente.

El Corazón latiendo en un altar mecánico.

Los zaerinianos celebrando.

Y debajo de la ciudad…

el Primer Latido despertando más.

Al ver que su reflejo —el Corazón— adquiría identidad propia,

sintió hambre de más.

Hambre de forma.

Hambre de conciencia.

Hambre de expansión.

Yo latí.

Ustedes escucharon.

El Corazón creció.

Y la guerra comenzó.

La visión mostró la guerra original:

Valtheria, el Imperio Brutalista, Zaerinth…

todos peleando por un poder que no entendían.

El Corazón devorando almas, energía, materia…

no por maldad.

Por instinto.

Porque su creador verdadero —aquel que dormía en el vacío inicial—

lo había hecho para imitarlo.

Para ser un puente.

Para ser la llave.

La visión terminó abruptamente.

Lyra cayó al suelo.

Kael quedó jadeando, pálido, tembloroso.

—Lyra… —susurró, casi con horror absoluto—

el Corazón no es el verdadero enemigo.

Lyra miró el cielo negro, y sintió la verdad en sus huesos.

—Lo sé —respondió—.

Porque lo que lo creó…

todavía está allí arriba.

Y está tratando de entrar.




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