Coreus no podía imaginar quién era su supuesto él del futuro. Si no era del futuro, ¿entonces de dónde? La duda lo consumió, pero no la dejó crecer por mucho tiempo. Se levantó de la camilla, sin pensarlo más, corrió hacia su otro yo y le puso un cuchillo en la garganta, uno que había extraído de su propio dedo con una precisión imposible. No lo clavó, pero la amenaza estaba clara: quería respuestas. ¿Para qué quería el núcleo?
Pero el otro él no vaciló, y mantuvo la calma, aunque la respuesta era desgarradora. Le habían borrado la memoria. Antes de que Coreus pudiera procesar el impacto de esas palabras, unas cadenas de energía lo atraparon, inmovilizándolo y pegándolo contra la pared con un sonido metálico que hizo eco en todo el cuarto.
—Si no me enseñas cómo funciona —dijo el otro con calma—, lo haré por mi cuenta. Y apuntó el dedo hacia sus padres.
Coreus sintió un escalofrío helado recorriéndole la espina dorsal. El otro sabía lo que podía hacer con el núcleo, sabía que si lo obtenía podría apoderarse de todas las realidades posibles donde él había existido, podría ser un dios en incontables dimensiones. Pero Coreus no respondió. No podía. Su mente estaba bloqueada por el dolor y la ira.
El otro, frustrado, apretó el dedo. Un disparo tan fino como una aguja salió disparado y atravesó el aire, antes de clavar directamente en el corazón de sus padres. Ellos cayeron al suelo, muertos en un parpadeo, sin ni siquiera un grito. Fue tan silencioso, tan rápido, que Coreus apenas pudo asimilarlo. Su visión se nubló y los recuerdos de toda una vida se desmoronaron con la caída de sus padres.
Coreus no podía respirar. El peso del dolor se acumulaba en su pecho, pero lo único que salió fue un grito desgarrado. ¡No!. Había perdido todo en un solo segundo. Sin embargo, no tenía tiempo para lamentarse. El otro no se detuvo. Agarró a Lyra con una brutalidad calculada y la metió dentro de una cápsula que se cerró con un zumbido metálico.
—Si no me enseñas lo que quiero —amenazó el otro—, ella será la siguiente.
Coreus, con la rabia y la desesperación a punto de estallar, explicó rápidamente. La fuente de poder del núcleo necesitaba un cilindro capaz de almacenarlo, algo que soportara tal energía. Pero el otro ya había previsto todo, y Coreus comprendió que ya nada podía detenerlo. Ya tenía todo lo necesario. Al escuchar la explicación, el futuro él le dijo con frialdad que si su universo ya no le importaba, tampoco lo haría Lyra.
La mirada del otro Coreus se despojó de cualquier rastro de humanidad. Con una sonrisa helada, fijó las coordenadas, tiempo y espacio, y presionó un botón. Lyra desapareció, como si nunca hubiera existido.