Coreus había acabado con todos los clones, pero la verdadera amenaza aún no había desaparecido. De entre los escombros de la nave, apareció por fin el Paradox original. Coreus lo reconoció al instante: su velocidad era incomparable. Paradox se teletransportó detrás de él, y antes de que pudiera reaccionar, le dio un golpe tras otro, cada uno más devastador que el anterior. La fuerza del último golpe lo hizo caer al suelo, respirando con dificultad.
Paradox se detuvo frente a él, observándolo con una sonrisa fría. “No soy tu futuro,” dijo con voz grave. “No lo soy, porque al asesinarte, tu futuro sería condenado. Soy de otro universo. Quedé atrapado en el tuyo, y ahora sólo tengo una manera de regresar... el núcleo. El poder que contiene es lo único que puede abrir la puerta a mi universo. Y para ello, debo destruir este.”
Coreus, aún tambaleante, se levantó con rabia. “Tú… destruyes universos,” murmuró, mientras observaba el núcleo brillando en la mano de Paradox. “Y ahora, ¿pretendes destruir el mío?”
Sin pensarlo más, Coreus lanzó un golpe hacia Paradox, enviándolo al otro lado de la nave. No dio tiempo para pensarlo: apuntó y disparó un rayo seguro hacia el núcleo, justo cuando Paradox levantaba la mano. La explosión que siguió fue devastadora. La energía liberada del núcleo era tan intensa que Coreus apenas tuvo tiempo de reaccionar. En segundos, el poder del núcleo desintegró a Paradox, primero deshaciéndole la piel, luego los músculos, y finalmente los huesos. Todo el universo comenzó a desintegrarse.
Lo que parecía un fin inevitable fue rápido y absoluto. Pero, tan rápido como había comenzado, el tiempo se detuvo.
El universo se retrocedió, y la destrucción se deshizo. Todo lo que había sido destruido, todo lo que había sido desintegrado, regresó a su forma original. Coreus recuperó su cuerpo, sus huesos, su piel, y su energía. La explosión que había acabado con todo se deshizo, y el núcleo, ahora de un color oscuro e inquietante, absorbió a Paradox por completo. En un parpadeo, el núcleo desapareció, como si se hubiera reducido a átomos.
Cinco minutos pasaron, y el contador de la bomba finalmente alcanzó cero.
La nave explotó, y la onda expansiva barrió todo a su paso. La nave cayó sobre Hawái con una fuerza comparable a una bomba nuclear. El suelo tembló con la fuerza de la explosión, pero Coreus, aferrado a su determinación, logró volar justo antes del impacto.
Voló a México, buscando refugio en un lugar donde no hubiera tenido incidentes. Necesitaba recuperarse, pero en cuanto llegó, vio una luz brillante en la distancia. Estados Unidos también había sido condenado. El misil había impactado. Coreus había perdido todo: su familia, su pareja, su país, su hogar, y el núcleo.
Se dejó caer al suelo, herido y exhausto. Todo había terminado. Estaba decidido a descansar para siempre, a cerrar los ojos y dejar que el mundo siguiera su curso sin él. Ya no había nada por lo que seguir luchando.
Pero justo cuando iba a cerrar los ojos, algo sucedió. En el telar del espacio y el tiempo, un cristal comenzó a abrirse, pero no en el cielo, sino justo frente a él. Desde ese portal emergieron tres figuras idénticas a Coreus, pero provenientes de diferentes universos.
“Coreus del universo A1,” dijo una de las figuras con voz autoritaria. “Queda arrestado por ocasionar un caos multiversal y asesinar a nuestro gobernante.”
Antes de que pudiera reaccionar, las figuras se acercaron y lo llevaron. El portal se cerró tan rápido como había aparecido, y Coreus fue arrastrado hacia un destino incierto.
El viaje no había terminado.
Coreus regresará...