Corona De Lagrimas.

Capítulo 3.

—Eres la mamá mas hermosa del mundo... —Menciono Esteban.  
La Sra. Maribel los abrazo con fuerzas y sonrió. 
—Mis hijos... los amo tanto, tanto.  
Cada uno de ellos la abrazaron, la felicitaron y la llenaron de besos y amor con pequeños detalles iniciaron la celebración del día de cumpleaños de Maribel.  
Mientras hablaban y reían todos reunidos recostados en el sofá. Eduard y Esteban en un descuido le trajeron a su madre un ramillete de flores de diversos colores, ella se sorprendió y mientras lloraba de alegría noto que Mariana se sentía avergonzada y un poco triste. Ella dividió el ramillete de flores y se lo devolvió a sus dos hijos para que así le dieran un presente de cariño a su hermana mayor. 
Los dos muchachos se acercaron a ella y ambos estrecharon sus manos, ella los miro, sonrió y tomo la mano de cada uno de ellos y se levanto del sofá. Eduard le dio la otra mitad del ramillete de flores, en ese instante Mariana se sorprendió, las tomo en sus manos y las acerco a su nariz, para así contemplar el aroma y frescura de aquellas hermosas flores… en aquel momento recordó el día en el que había llorado en el suelo mientras observaba las flores que Lucas había tirado al suelo que eran lastimadas con los restos de vidrio del jarrón roto...  
Se quedo detenidamente pensado y mirando fijamente las flores.  
—Estas bien. —Pregunto Eduard.  
Ella sin responder, volvió a sonreír y abrazo a sus hermanos barones, luego se hizo en medio de los dos mientras sonreía como niña pequeña. Casi eran idénticos, siendo mujer tenia un mismo parecido a sus hermanos. el mismo cabello color castaño, los mismos ojos café de Esteban, el mismo color de piel de los tres, y hasta casi la misma estatura. Siendo Eduard el mas alto de todos ellos.  
Después de varios minutos, la Sra. Marlene llevaba en sus brazos a su pequeño tataranieto Christopher, lo llevo a pocos pasos de su madre, que al cabo de segundos después llego hacia ella. Mariana lo tomo en sus brazos, lo abrazo y le susurro en el oído.  
—Te amo, mi pequeño niño.  
… 
La tarde había llegado y la Sra. Maribel decidió visitar las tumbas de sus dos madres, Clara y Adelaida. Las recordaba siempre. En compañía de Anna María se acerco a las tumbas que estaban al mismo lado y a cada una les dejó un ramillete de flores blancas.  
—Ya a pasado mucho tiempo y las recuerdo como si ayer hubieran estado conmigo… y siempre que miro atrás ustedes dos ya no están, por ustedes soy la mujer y madre de hoy, por ustedes soy feliz con mis hijos, ahora estarán siempre en mi corazón, que así este hecho pedazos de ahí nunca saldrán, gracias… prometo nunca olvidarlas. 

A punto de marcharse de la capilla, la joven Anna María se quedo observando detenidamente aquellas tumbas solitarias, rodeada de tierra seca con un cristo de metal que las acompañaba en las largas y desoladas noches llenas de tristeza.  
—Hija, Anna María… ¿te sientes bien?. —Pregunto Maribel a su hija menor.  
En ese instante noto que las lagrimas de su hija se deslizaban por sus mejillas, después de limpiarlas, la miro fijamente y la abrazo.  
—Mama, prométeme que nunca me vas a dejar sola, tengo miedo de perderte y que me dejes.  
Maribel suspiro y con plenitud respondió.  
—No te puedo mentir que algún día sucederá hija, pero lo que tengo muy claro en la vida es que acompañare siempre a mis hijos, hasta el último día. recuérdalo siempre, los cuidaré a ti y tus hermanos, así que no tengas miedo.  
—¿lo prometes?. —Pregunto Anna María con nostalgia.  
—Lo prometo. Respondió la madre con una sonrisa.  
… 
Había llegado la noche. Todo estaba preparado para la celebración del cumpleaños de Maribel. Era la noche perfecta llena de estrellas en cielo y unos hermosos ramillete del flores sobre las mesas en el jardín de la mansión que le daban vida alegre y color a la celebración.  
Allí se encontraba reunida toda la familia excepto una persona, a la cual esperaban con impaciencia.  
Mariana y Anna María. Llevaban puesto un diseño de vestido idéntico pero de diferente color. El suave y pálido color amarillo resaltaba en la piel blanca y delicada de mariana, el azul celeste como el cielo y el hermoso brillo de una perla en el cuello era la sensación en el cuerpo de la joven Anna María, el cual combinará con el negro ondulado de sus cabellos.  
Eduard y Esteban. Llevaban puesto el mismo traje color negro. Lo único que diferenciaba a los dos hermanos eran sus corbatines. Siendo el de Eduard blanco y el de Esteban Rojo.  
También allí se encontraba la Sra. Marlene, junto con Alejandro, esposa e hijos. Ya todo estaba listo. A la espera de aquella persona que aun no llegaba...  
Luego de un rato, inicio la celebración con la luz reluciente de la noche, Maribel hizo presencia en el lugar, llevaba puesto aquel vestido blanco y brillante que le había regalado la Sra. Adelaida el día de sus 18 años, aquel que nunca utilizo, hasta casi 25 años después… blanco como las nubes y con perlas brillantes como el oro.  
Las horas seguían avanzando y la noche cada vez se hacia mas fría. Ricardo nunca llegó a la celebración de aquella noche tan especial para todos.  
Esteban se acercó a su hermano Eduard y manteniendo la calma le preguntó.  
—¿Dónde está papá?. Acaso tu no le dijiste lo que celebraríamos esta noche.  
—El lo sabía.  
—Pues al parecer se le olvidó, por que no esta por ningún lado.  
—Esteban por favor no empieces. —Respondió Eduard.  
—No se, en que momento le dejamos de importar. Sabes como debe estar sintiéndose mamá en este preciso instante. No lo sabes por qué tu defiendes a papá incluso cuando sabes bien que el es el del error.  
—Hermano, no me culpes de algo que yo no puedo manejar. Lo Sabes muy bien nuestro padre tiene mucho trabajo, ¿lo sabes verdad?... sabes que vivimos cómodamente en una magnifica mansión gracias a el. ¿Lo sabes cierto?... entonces por favor deja de decir estupideces y se que mi madre lo entenderá por que no pudo estar presente hoy... —Respondió Eduard, manteniendo forzosamente la calma.  
Esteban giro su mirada y viendo a su hermano, vio por unos segundos los ojos de su papá. 
—Eres idéntico a papá. —Le dijo.  
—¿Qué?. 
—Es caso perdido. No se cuando te darás cuenta de lo que sucede hermano. No interesa la maldita mansión, el maldito trabajo. Interesa es el momento, los minutos, los segundos que quedan... Crees que nuestra madre esta feliz ahora, lo puede demostrar pero no es así. Entiendo mas que a nadie que mi padre trabaja a diario, incluso debe irse de viaje durante meses. Pero por que razón no pude estar aquí presente con nosotros en un día tan especial para todos. Respóndeme, solo eso… la mansión, el trabajo, la plata se pierde, solo queda los pequeños detalles. Ahora me entiendes hermano.  
Esteban, suspiro y se marcho. 
… 
Había llegado la hora del pastel de cumpleaños. Esteban se encontraba un poco alejado de la fiesta, estaba pensativo, cansado y ansioso… se hizo al lado de la oscuridad y mientras observaba las estrellas del cielo brillar incansablemente. Sonrió. Anna María noto a su hermano algo extraño, se levanto de su silla y se acerco a el.  
—Aún lo recuerdas verdad?. —Pregunto la joven.  
—¿A que te refieres?. —Pregunto Esteban.  
—Me refiero a Camilo, lo recuerdas... —Aclaro ella.  
—Es cierto, fue un excelente amigo. Como olvidarlo. Al parecer, lo recuerdas mejor que yo... —Respondió Esteban. 
—No logro olvidarlo desde aquellas vez que me entregaste las cartas que escribía para mi. Si tan solo me lo hubiera dicho o me hubiera dado una pista de que era el, todo podía haber sido distinto… Es difícil de olvidar. —Respondió Anna María con nostalgia.  
—Nada iba a ser distinto, se por que te lo digo. ¿aun conservas las cartas?.  
—Así es. Las tengo grabadas aquí en el corazón.  
—Entiendo... no digas más hermana, creo que no necesitamos recuerdos tristes esta noche ¿verdad?. —Dijo Esteban acercándose a su hermana menor.  
—No me gusta verte llorar y que andes por ahí de llorona. —Volvió a decir Esteban cuando noto lágrimas en los ojos de Anna María.  
Ella rápidamente las limpio, sonrió y contesto. 
—Eres un tonto, me haces llorar.  
Ambos hermanos se abrazaron, con una sonrisa pero con el corazón nostálgico.  
—Es hora del pastel. —Aviso la joven y juntos volvieron a la reunión familiar.  
Todo continuaron la celebración llena de risas, abrazos y sonrisas. Fueron aquellos bellos recuerdos que quedan escritos en el libro de la vida de cada uno de ellos.  
 




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