— - — CAPÍTULO 1 — - —
Odiaba mi vida. Me sentía repudiada por todos a mi alrededor. Y me aseguraba de que así se mantuviera.
Mi nombre es Kayla Peterson. Tengo 19 años y estudio en una Universidad pública cercana a mi casa. No tengo mucho para decir sobre mi persona... Me encanta el negro, así como el color de mis ojos y mi cabello. Lo uso, principalmente, para alejar a la gente a mi alrededor. Prefiero ser prejuzgada como maleante a que expongan mi verdadera vida con lástima y pena, siendo sincera.
Lo único bueno que mis padres pudieron hacer por mí en algún momento, fue parirme y firmar los papeles para que pueda estudiar.
Hoy me costó el doble levantarme de la cama y siquiera abrir los ojos, me sentía destrozada la mayor parte del tiempo, lo que provocaba que no hable con nadie, que aleje a todos con sólo fingir juzgarlos con la mirada y que pase el tiempo observando lo interesante de las paredes y los techos de la institución.
Pero hoy fue distinto.
—Disculpa... ¿Me puedes enseñar dónde encuentro la clase del señor Brown?—. Quité mis ojos de las pequeñas grietas del techo, observando los ojos miel de aquella castaña.
Si quería deshacerme de curiosos, debía de ser fría. No me interesaba el respeto ni la amabilidad del todo, jamás me lo habían inculcado. Sabía sobrevivir a mi manera. Si no quieres ser devorado, devora.
Me levanté sin dirigirle la palabra, manteniendo distancia de un metro, aproximadamente. El chicle que masticaba había perdido el gusto, por lo que lo tiré en un cesto y saqué otro de mi bolsillo.
—Soy nueva aquí, estoy emocionada por conocer nuevas personas—. Fruncí mi ceño. Al parecer no comprendía las indirectas.
«Si no respondo es porque te estoy ignorando completamente. ¿Por qué sigues conversando como si te estuviera escuchando?»
—¿Cuál es tu nombre?—. Frené mi paso, suspirando e intentando mantenerme serena, para responder.
—Kayla. No me gusta conversar mucho—. Dicho esto, giré mi cabeza hacia el frente y seguí mi camino, escuchando sus cortos pero rápidos pasos.
«¿Tan cortas son tus piernas que caminas como pingüino?»
Su paso aceleró un poco y pude verla colocarse a mi lado con una inmensa sonrisa.
—Al menos, ahora sé que no eres muda—. Mis ojos frenaron en su rostro, intentando encontrar la intención detrás de aquella frase. Procedí a seguir mirando el frente, pensando en qué bendito momento comencé a dirigirla justo donde me lo había pedido—. ¡Oh, ya llegamos! Muchas gracias por ayudarme, Kayla.
«Otra vez.»
—¿Cómo?—. El pánico me invadió. ¿Qué fue eso?
—¿Qué?—cuestioné, atónita.
—Dijiste algo—. Su rostro tenía un inmenso signo de interrogación, por lo que procesé lo que había sucedido—. ¿Otra vez?
Oh, lo había dicho en voz alta.
Simplemente me giré sobre mis talones y partí hacia mi casillero, intentando esconderme de tremenda vergüenza, notando la intriga en ella.
« Sólo camina, Kayla. No hay nada más que ver por aquí. »
Terminando los bloques de la mañana, salí de la universidad, pensando en dónde leería los libros que pida de la biblioteca, o escucharía música y dormiría una pequeña siesta, escapando de la infernal frialdad de mi hogar, pero mis planes se vieron interrumpidos.
—¡Cielo! No puedes saltarte la sesión, tu padre-
—¡Oh, Kayla!—. La misma chica de esta mañana vino corriendo a mí en cuanto me vio cruzando las puertas. Sólo suspiré, mirando cómo no frenaba el paso.
Los nervios me invadieron al notar que quería abrazarme, por lo que, instintivamente, me aparté, viendo cómo se estrellaba contra el suelo a los segundos.
Un muchacho de lentes corría detrás de ella. Me extrañé. ¿Quién era?
—¡Rápido!—. Sin notarlo, comencé a ser arrastrada por la calle, cruzando ésta y subiéndome al primer bus que pasó por allí, quedando atónita.
Aquellos ojos miel miraban con travesura a través de la ventana al pobre muchacho que venía siguiendo su paso, mientras el mencionado se rendía y la decepción invadía sus gestos.
—Uhm. ¿Qué haces?—pregunté, ya sin más rodeos, llamando su atención y recibiendo por completo su mirada.
—Lo siento. Quería escapar y te arrastré conmigo—. Suspiré, observando en mi celular el camino que el bus tomaba.
«Este nos deja justo frente a la biblioteca. Al menos, algo de suerte tengo.»
—Está bien, de todas formas, pensaba ir por este lado—. Me moví hacia un asiento, sintiendo cómo ella me seguía y procedía a sentarse junto a mí.
Sólo la ignoré, mirando por la ventana y colocándome uno de mis auriculares.
—¿Qué escuchas?—. Mis ojos se posaron en ella, notando la calidez que irradiaba.
« Exactamente lo opuesto a mi hogar. »
—¿Quieres?—. Le ofrecí el otro, el cual aceptó sin dudar.
Los 10 minutos que pasaron hasta llegar a la biblioteca, noté cómo disfrutaba de la música de manera honesta, lo que me revolvió el estómago.
«¿Habré comido algo que caducó?»
Me levanté de mi asiento para irme, tomando el auricular de su oído con delicadeza.
Bajando del bus, noté que aún seguía mi paso. Bufé.
«¿Acaso me está siguiendo?»
Ingresé a la biblioteca, pasando directo a la zona de ficción. Tomé el libro que me había interesado la semana pasada, junto a su secuela, caminando hacia la administración.
«Sigue detrás mío.»
—Oye... Uhm... ¿Necesitas algo?—. Mi paciencia no era algo que debía testearse, al igual que mis nervios, y aquellos pequeños y rápidos pasos, yendo detrás mío, donde sea que fuera, me estaban sacando de quicio.
—E-Es que... Quería ver los libros en la zona de ficción, que me interesaron, y vine a la administración para sacar un pase de socio...—. Noté un movimiento involuntario en su mano. Sus meñiques temblaban levemente, pero lo ignoré.