Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 1

Entre muros y susurros

Jessed

Entre muros y susurros
Jessed

El sol apenas se asomaba tras las torres del castillo cuando abrí los ojos, sintiendo el peso invisible de otro día más atrapada entre las paredes que me han visto crecer. El silencio de mi aposento susurra las reglas, los deberes y ese destino ineludible que me espera: la corona.

Mi nombre es Jessed. Tengo 23 años, soy una loba omega y princesa del reino Starlight. Mi cabello, plateado como la luna llena, cae hasta mis rodillas, y mis ojos lilas —una herencia de mi madre— contrastan con mis largas pestañas y la piel suave que el sol apenas ha tocado. Mi cuerpo, de curvas marcadas, es —como ella solía decir— “con figura de guitarra”, un reflejo de su linaje, de nuestra sangre.

Mido 1.70 metros, y a pesar de mi porte y mi título, jamás he salido del castillo. Mi vida ha transcurrido entre protocolos y secretos, entre miradas vigilantes y susurros entre los muros. Pero pronto seré coronada reina.

No todos están contentos con eso.
Pero mi padre, el rey, lo ha decretado con firmeza: soy su primogénita, y eso basta.

¿La verdad?
La corona pesa incluso antes de tocar mi cabeza.
La libertad es para mí un mito, un sueño que apenas recuerdo haber imaginado cuando era niña.
Todo ha sido obediencia, silencio… y encierro.

Los muros del castillo son altos y fríos, pero no solo en piedra. Son muros invisibles que me impiden ser yo misma, muros hechos de miedo y expectativas, de alianzas que no elegí y de caminos ya trazados por otros. Escucho los ecos de pasos en los pasillos y murmullos apenas disimulados. Los sirvientes que susurran sobre intrigas, sobre decisiones que me afectan pero que no puedo controlar.

Mi madre murió cuando yo tenía doce años. Desde entonces, su ausencia se siente en cada rincón. Ella fue la única que creyó en la loba que yo podría ser, no solo en la princesa que debía aparentar.

“Jessed, hija mía,” solía decir con voz dulce pero firme, “recuerda que nuestra sangre lleva fuerza y libertad, aunque los muros quieran negártelas.”

Pero esas palabras se desvanecieron en el viento cuando mi padre tomó las riendas con mano de hierro. Su amor es frío, medido, y su amor hacia el reino parece más fuerte que hacia mí.

Mis días son un ciclo sin fin: despertar entre seda y espejos, aprender a sonreír cuando no quiero, callar cuando desearía gritar, preparar mi mente para la ceremonia que cambiará mi vida para siempre.

A veces, en la quietud de la noche, me acerco a la ventana de mi habitación y observo el cielo estrellado, deseando que más allá de esas estrellas exista un mundo donde pueda ser libre. La luna, tan cercana y brillante, parece burlarse de mi encierro.

Pero todo cambió hace poco.

Él apareció.

No sé cómo ni cuándo, solo sé que estuvo ahí, rompiendo con la monotonía de mis días. Con una mirada que atravesó mis miedos y una sonrisa capaz de desafiar las reglas de mi mundo, su presencia desató en mí algo inesperado: duda, deseo… esperanza.

Desde entonces, siento que algo dentro de mí se despierta.
Una parte que había dormido bajo capas de obediencia y silencio.
Una parte que se atreve a soñar, a cuestionar, a buscar.

Pero aún no sé quién es él, ni qué quiere realmente.
Solo sé que su llegada ha cambiado el aire, y que el destino que creía inmutable comienza a resquebrajarse.

El castillo, con todos sus muros y susurros, ya no es suficiente para contenerme.

Mientras cierro los ojos esa noche, la imagen de esos ojos ambarinos, intensos, y esa sonrisa audaz se graban en mi memoria.
No sé qué traerá el mañana, pero sé que no será igual.




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