Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 3

El filo en su mirada

Alaric

Nos habían conducidos a una sala más pequeña tras la presentación formal.
un salón de mármol y cortinas pesadas, cargado de perfume floral… y antiguas.

Todo en ese lugar hablaba de poder, pero de ese que no se grita se impone en el aire, en el silencio, y en las sombras.

Solo estábamos ella, yo, y el protocolo hecho carne
Dos consejeros, mi Beta, y la distancia.

Ella se sentó frente a mí, no en un trono, sino en una silla tan sencilla como elegante una elección política, como todo en su vida.
Su espalda recta, el mentón ligeramente alzado, las manos sobre el regazo, inmóviles, no buscaba imponerse, lo hacía sin esfuerzo.

Yo también me mantuve firme, sin recostarme, sin relajarme no por respeto si no por estrategia.

Esperábamos que alguien hablara primero, pero ella no tenía prisa y yo no pensaba ceder.

El rey observaba todo, desde un lugar evidente, sino desde el borde de la sala junto a los consejeros como si fuera solo un testigo más del juego que él mismo había iniciado.

No dijo nada. Pero su presencia era una advertencia muda No olviden quién escribió las reglas.

Entonces, ella alzó la vista y me atravesó el filo en su mirada, fue de inmediato.
No eran ojos, eran cuchillas envainadas en lavanda un tono lila imposible, lleno de lo que no se dice, rabia contenida, orgullo, inteligencia… y algo más.
Algo más oscuro, más antiguo eran como mirar a través de un cristal encantado, fríos al tacto, pero con un fuego que ardía por debajo el tipo de fuego que no pide permiso para quemar.

Me observó como si pudiera ver más allá del uniforme, del poder, del Alfa.
Como si pudiera desarmarme, parte por parte, y decidir si valía la pena volver a armarme.

—¿Ya te arrepientes de haber venido? —preguntó ella por fin, sin rodeos.

Me tomó un segundo responder.

—No, pero empiezo a entender por qué nadie te ha obligado antes.

Ella esbozó una sonrisa casi imperceptible. No era dulce, No era para agradar.

—Y tú, aún no has dicho nada que no esperara.

—Me reservo las palabras útiles para cuando valgan la pena.

Ella sonrió. No por cortesía sonrió como lo haría una loba que huele la tensión en el aire antes de atacar.

—Entonces deberías empezar a hablar pronto, Alfa —dijo—. Aquí, el tiempo también es una herramienta.

Y en su mirada, ese filo volvió a brillar. decían lo que sus palabras no
“No me doblegaré por ti. Ni por nadie.”

Me incliné apenas hacia el frente, desafiándola en su propio juego.

—Me alegra saberlo.

Y en ese instante supe que no solo había venido a sellar una alianza.

Había encontrado una igual.

Y eso... lo cambiaba todo.




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