Una cena, dos voluntades
Alaric
La cena fue organizada con la excusa de “fortalecer el vínculo” antes de firmar oficialmente el acuerdo, una cena protocolar, sin familia presente, sin distracciones. Solo nosotros dos, acompañados por la vigilancia distante de sirvientes y consejeros.
Ella llegó tarde, no por descuido sino por su decisión, para que yo perdiera la cordura Al rato venía ella, deslizándose entre sombras como una promesa envenenada, su vestido —una traición en tela— no era apropiado para la ocasión, pero eso también era parte del juego, vestía en tonos oscuros, nada recargado pero cada detalle estaba perfectamente calculado, el vestido ajustado dejaba ver la silueta que ya me habían descrito, pero era su presencia lo que llenaba la estancia como una canción que nadie canta, pero que si todos escuchan.
Cada detalle en ella era una declaración de poder, una amenaza velada con una sonrisa.
No se disculpó por haber llegado tarde, se sentó frente a mí con la naturalidad de quien ha ganado antes de comenzar la partida, su mirada no buscaba diálogo; escaneaba, evaluaba, medía la grieta más débil de mi compostura.
—¿Esperaste mucho, Alaric? —preguntó sin esperar respuesta, tomando asiento frente a mí.
Su voz era una mezcla de ironía y perfume, diseñada para confundir al enemigo y esta noche, yo era ese enemigo.
Un criado sirvió vino en las copas que teníamos al frente, ella lo observaba servir con esa atención suave que parecía inocente, pero era pura estrategia, no lo probó de inmediato; dejó que el aroma subiera como un ritual antiguo, yo en cambio, bebí sin ceremonias necesitaba algo en lo que anclarme, aunque fuera el amargor del vino.
El criado sutilmente dijo.
—Su Majestad, la cosecha del sur de la selección privada como pidió.
Lo dijo sin levantar la voz, sin mirar directamente, pero con la precisión de quien conoce el peso de cada palabra un mensaje envuelto en cortesía, el vino no era cualquier vino era el mismo que se sirvió la noche que cayó Virell, cuando se selló la rendición, con un brindis forzado y sonrisas que sabían a derrota.
Ella levantó la copa con delicadeza, como si no recordara —o fingiera no recordar— el simbolismo. Pero yo vi el destello en sus ojos… oh claro que lo recordaba.
—Qué detalle —dijo, apenas rozando el borde de la copa con los labios—. Siempre tan fiel a la memoria, Alaric.
—Dicen que este vino solo se sirve en acuerdos irreversibles —comentó, girando suavemente la copa entre los dedos, sin mirarme.
—Dicen muchas cosas —respondí, consciente de que no debía permitirle marcar el ritmo, pero lo había hecho desde el primer segundo.
Brindar habría sido una rendición simbólica y yo todavía no había decidido si pensaba rendirme.
El silencio que siguió no fue incómodo fue preciso, cargado como si estuviésemos afinando las armas antes del duelo.
Los sirvientes comenzaron a traer los platos, entrada ligera, algo que parecía una cortesía, pero yo sabía que era un símbolo nada en esta cena era pesado, todo era apariencia, ceremonia, una danza donde lo importante no estaba en lo que se decía, sino en lo que se dejaba fuera.
Ella probó una aceituna, lo hizo despacio, como si cada gesto fuera una palabra en otro idioma, y entonces me miró por primera vez de verdad, directo a los ojos.
—¿Tú también estás aquí por el bien del reino, Alaric? —preguntó, dejando la pregunta en el aire como una daga suspendida.
No contesté no valía la pena jugar su juego tan pronto. Aún no. Solo sostuve la copa, la giré un poco en la mano, y observé cómo el líquido rojo profundo atrapaba la luz como sangre bajo la luna.