Armas bajo la mesa
Alaric
La cena siguió, pero ya nada tenía sabor no recuerdo el plato principal, ni si hubo postre, solo recuerdo sus ojos y la certeza de que aquella firma que nos uniría no era el fin de una guerra, sino el inicio de otra, una más íntima y peligrosa porque cuando las armas se ocultan bajo la mesa, solo es cuestión de tiempo antes de que alguien empiece a sangrar.
—¿Esperabas una cena romántica? —preguntó con voz serena, apenas curvando los labios.
—Esperaba una cena útil —respondí—. Todo lo demás me parece irrelevante.
Chocamos las copas el cristal resonó con un “clink” que parecía más una advertencia que un brindis.
Pasaron unos segundos ni una palabra solo el leve sonido de los cubiertos y el fuego de la chimenea hasta que ella alzó la mirada.
Y entonces volvió a pasar, esos ojos Lilas como el borde de un eclipse, como flores prohibidas que crecen solo en tierras malditas, no había en ellos suavidad, ni deseo de agradar, no buscaban mi aprobación, ni pedían permiso para escrutarme.
—Estás midiendo cada palabra, Alfa Alaric —dijo sin parpadear—. ¿Así lideras también a tu manada? ¿Con máscaras y frases ensayadas?
Le sostuve la mirada.
—Lidero con estrategia las emociones… son distracciones peligrosas.
Ella entrecerró los ojos estudiándome como si pudiera oler la mentira debajo de mi piel.
—Entonces eres más peligroso de lo que pensé o más cobarde.
No reaccioné ni un músculo.
—¿Y tú? —pregunté, dejando la copa en la mesa—. ¿Siempre usas tu belleza como escudo?
—¿Y tú? —replicó ella, casi sin dejarme terminar—. ¿Siempre usas tu arrogancia como excusa para no sentir?
Hubo un silencio uno de esos que se estiran como una cuerda antes de romper.
Ella bebió un sorbo más, y sin dejar de mirarme, añadió.
—Mis ojos te incomodan?
—No, Me interesan —dije—. Porque no son solo bonitos, son armas y yo respeto las armas bien forjadas.
Esta vez, su sonrisa fue más sincera, pero no fue suave fue afilada.
Como si dijera.
Entonces prepárate para sangrar.