El contrato
Jessed
A la mañana siguiente en el salón del consejo está más silencioso que nunca.
Frente a mí, sobre una larga mesa de madera negra, reposa el pergamino del contrato. Una alianza sellada con tinta… y mi vida. Las letras están escritas en dos idiomas el oficial del reino y el idioma antiguo de la manada Healer. Letras que definen mi destino, mi cuerpo, mi futuro.
A cada lado de la mesa, los testigos, consejeros, guerreros, curanderos, emisarios. Y él Alaric.
Con su porte de alfa, su mirada fija y el ceño fruncido apenas, como si le costara respirar cerca de mí. Como si su autocontrol pendiera de un hilo.
—Procedamos —dice mi padre con voz firme, aunque sus ojos me estudian con desconfianza. Quizás percibe que ya no soy la hija obediente de siempre. Quizás siente que algo ha cambiado.
Porque sí, algo ha cambiado.
Desde aquella noche en el pasillo, no puedo pensar con claridad. Mis sueños están llenos de su olor. Mis labios lo susurran sin querer. Y mi cuerpo…
Mi cuerpo lo llama. Lo quiere. No lo rechaza lo necesita.
Tomo la pluma., mi mano tiembla.
—¿Estás nerviosa, princesa? —su voz es baja, burlona, íntima.
—¿Y tú no, alfa?
Sus labios se curvan apenas, pero sus ojos… sus ojos arden.
—Yo no dudo de lo que tomo.
El golpe de sus palabras va directo al centro de mi vientre.
Pero antes de que pueda responder, la puerta del consejo se abre. Y entra ella.
Alta, de cabello oscuro, con una presencia que exige atención. Ojos como cuchillas y un andar felino. La reconocí al instante.
Varya. La Beta general de la manada Healer. Y la amante rumoreada de Alaric.
—Lamento la interrupción —dice con voz firme—. Pero me pareció necesario estar presente en la firma del contrato que definirá el futuro de nuestra manada.
Mi corazón se encoge. Alaric aprieta la mandíbula.
—Varya —dice con frialdad—. No eras requerida.
—Y, sin embargo, estoy aquí. Como testigo. Como alguien que conoce bien tus… elecciones.
Su mirada se posa en mí como si intentara medir cada centímetro de mi piel.
La tensión es tan densa que podría cortarse con una garra.
Me obligo a sonreír.
—Es un honor tenerla aquí, general.
—¿Lo es? —responde con una sonrisa que no llega a sus ojos—. Espero que esté preparada para lo que significa estar a su lado. No es fácil compartir territorio con un lobo como Alaric.
El doble sentido es brutal. La provocación, evidente.
Y Alaric… guarda silencio.
Ese silencio es un puñal.
Firmo el contrato, Pero mientras mi nombre queda plasmado en tinta, siento que algo más también se firma el inicio de una guerra silenciosa.
De celos.
De poder.
De deseo contenido y control quebrado.