Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 11

Bajo la piel de la loba

Jessed

El salón ya está vacío cuando salgo.
O eso creo.

Camino por los pasillos con pasos controlados, la cabeza en alto, aunque por dentro me arde la piel.
La tinta del contrato aún se siente fresca en mis dedos, pero no es tinta lo que tiembla en mis venas.
Es rabia.
Es orgullo herido.

Y no por Alaric.

Sino por lo que acabo de soportar en silencio frente a todos.
Por esa mirada, esa sonrisa, ese veneno suave disfrazado de cortesía.

Varya.

Me cruzo con ella justo antes de llegar a mis aposentos.
Por supuesto. Esperándome, como una sombra que no sabe irse a tiempo.
Está apoyada contra la pared, los brazos cruzados, el cabello oscuro cayéndole sobre un hombro.
Su mirada... es el filo de una daga.

—Esperaba que vinieras sola —dice.

—Y yo esperaba que ya te hubieras ido.

Nos quedamos en silencio.
Dos lobas.
Dos rangos distintos.
Pero ninguna dispuesta a retroceder.

—¿Crees que, por tener tu nombre en ese contrato, lo has ganado? —pregunta. Su voz es baja, cargada de hielo.

Sonrío.
No por cortesía.

—¿Y tú crees que él es un premio?

Varya entrecierra los ojos.
Se separa de la pared con esa arrogancia que sólo las mujeres despechadas y peligrosas saben cargar.

—Tú no entiendes lo que es estar a su lado. El poder que carga. El tipo de decisiones que lo persiguen. No estás hecha para eso.

—No lo estoy —respondo, avanzando un paso hacia ella—.
Porque no voy a estar detrás de él. Ni debajo de él.
Voy a estar a su lado.
Y eso es lo que te quema.

Algo en sus ojos parpadea. Dolor. Rabia. Tal vez celos.
Pero no me detengo.

—No sé lo que tuvieron, Varya. Y tampoco me interesa.
Pero si crees que voy a dejarle el camino fácil solo porque tú estuviste primero, subestimas a la hija del rey.
Y te advierto algo…

La miro directo a los ojos, sin bajar la voz.

—Una loba herida muerde.
Pero una loba coronada… devora.

—¿Jessed? —su voz me interrumpe.

Lo reconozco antes de girarme.

Alaric.

Está de pie al final del pasillo. Alto. Silencioso. Con los ojos oscuros como tormenta y el pecho subiendo lentamente, como si contuviera algo más que aire.

Varya lo mira. Después me mira a mí.
Y entonces sonríe, triunfante en su derrota.

—Parece que llegué tarde a la fiesta —dice ella, girándose para marcharse—. Qué pena. Pensaba quedarme un poco más.

Pasa junto a Alaric sin mirarlo.
Pero su perfume queda. Como una advertencia.

El pasillo queda en silencio.
Hasta que él camina hacia mí.

Sus ojos me recorren con esa mezcla de deseo y furia que ya aprendí a identificar.
No me dice nada. No aún.

—¿Te gustó el espectáculo? —pregunto, cruzando los brazos—.
¿O sólo viniste a ver si alguna terminaba sangrando?

—No vine a eso —responde con voz baja—.
Pero juro que si hubiera durado un segundo más... la que sangraba era ella.

Sus palabras me estremecen.
Y su mirada me abrasa.

Estamos tan cerca.
Demasiado.
Puedo sentir su lobo detrás de sus ojos. Tenso. Presente. Impaciente.

—Entonces ¿por qué no la detuviste? —pregunto, clavándole la mirada—.
¿Por qué no me defendiste?

Un silencio.
Uno largo.

Y entonces dice:

—Porque no quise interrumpirte.

Sus ojos lila y oscuros se cruzan con los míos.

—Y también... porque me gustó verte morder.




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