(Parte 2): Lo que no puedo contener
Alaric
La escuché.
Cada palabra.
Cada maldito latido que ella intentó contener.
Jessed no necesita gritar para marcar territorio.
No lo necesita… porque lo que lleva dentro ya lo hace por ella.
Y juro que, si Varya hubiera dicho una sola cosa más, una sola provocación más, habría olvidado toda diplomacia.
No por orgullo.
Por ella.
La forma en que Jessed la enfrentó…
Altiva. Firme. Implacable.
Una loba real, sin corona, pero con garras.
No pude apartar la vista.
No quise.
Y ahora está aquí, frente a mí, aún ardiendo.
Hermosa incluso en su rabia.
Especialmente en su rabia.
—¿Te gustó el espectáculo? —me lanza, sin suavidad—. ¿O solo viniste a ver si alguna terminaba sangrando?
No me muevo.
—No vine a eso.
Pero juro que si hubiera durado un segundo más… la que sangraba era ella.
Sus ojos lila se agrandan por un instante. No por miedo. Por sorpresa.
Y algo en mí ruge.
Ella no me teme.
Ni siquiera ahora.
Y eso es... malditamente peligroso.
—¿Entonces por qué no la detuviste? —me exige. Su voz baja, tensa.
No se aparta. No se achica. Me mira como si pudiera desarmarme.
Y puede.
—¿Por qué no me defendiste?
Silencio.
Uno denso. Cargado.
Porque no puedo decirle la verdad completa.
No puedo decirle que no intervine porque quise verla pelear.
Porque me fascina verla dominar un espacio que muchos creen que no le pertenece.
Porque la respeto más cuando muerde.
Y también…
Porque si me hubiera acercado,
si la hubiera tocado,
si hubiera dicho una palabra más en su favor…
La habría marcado ahí mismo.
Y eso...
Eso sería una catástrofe política.
Pero lo que le digo es lo único que puedo dejar salir sin romperlo todo:
—Porque no quise interrumpirte.
Y es cierto.
Quería ver cómo ardía.
Cómo temblaba por dentro, pero no se quebraba.
Cómo su voz se volvía cuchilla.
Cómo sus ojos se volvieron puro fuego.
—Y también... —agrego, un paso más cerca— porque me gustó verte morder.
Su respiración se altera apenas.
Pero yo lo siento.
Porque estoy tan cerca que la huelo.
Lavanda. Piel tibia. Deseo contenido.
Y miedo.
No a mí.
A lo que siente.
Nuestros cuerpos están casi rozándose.
Mi lobo se agita, impaciente. Quiero tocarla.
No con ternura.
Con verdad.
Con la brutal honestidad del vínculo que late bajo la piel.
Pero ella no está lista.
O al menos eso me digo, para no arriesgarlo todo en este instante.
Entonces, murmuro:
—La próxima vez que alguien intente medirte… déjame estar detrás de ti. No delante.
No necesito protegerte del fuego. Solo asegurarme de que no quemes el mundo sin querer.
Sus labios tiemblan apenas.
Y en su mirada…
por un segundo fugaz…
veo rendición.
No sumisión.
Confianza.
Y eso… eso me rompe más que cualquier marca.