Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 13

Bajo la piel del Alfa
Alaric

La mañana llegó con una calma engañosa.
El castillo huele a incienso y diplomacia. A cera recién encendida y mentiras viejas.
Hoy se celebra el Ritual del Compromiso, una ceremonia sin fuerza legal, pero con todo el peso de la política.
Un gesto para calmar rumores. Para disfrazar alianzas forzadas como uniones voluntarias.
Un teatro.
Pero uno que todos deben presenciar.

Me visto de negro, como dicta el protocolo Healer. Sin adornos. Sin capa.
Solo tela, acero y la advertencia muda de mi silencio.

Kael, mi Beta, me lanza una mirada al borde del salón:
—Recuerda, estamos aquí para sellar un pacto, no para marcar territorio.
Le gruño sin responder.
Porque ese es el problema.
Ya lo marqué.
En mi mente. En mi instinto. En mi lobo.

Y ella aún no lo sabe.

Entonces la veo.
Jessed.
Y el mundo, una vez más, se reduce a un solo centro de gravedad:
ella.

Vestida de blanco con detalles en plata. El cabello suelto como un río de luna.
Habla con emisarios, flotando entre ellos como si no llevara peso.
Todos la escuchan.
Pero uno la observa. Demasiado de cerca.

Un joven embajador del clan Durnwen.
Demasiado joven.
Demasiado sonriente.
Demasiado atrevido.

Le toca el antebrazo al hablarle.
Y ella… no se aparta.

Mi lobo ruge.
Y yo me muevo antes de pensarlo.

—Alaric —susurra Kael—. No. Es solo conversación.

No me importa.
Ese bastardo tiene la mano sobre lo que no le pertenece.
La mira como si pudiera tocarla, poseerla, como si no supiera que ya hay un Alfa en su vida.
Y no, aún no es mía.
Pero que los dioses me maldigan si voy a quedarme quieto mientras otro la reclama con los ojos.

Llego junto a ellos en dos zancadas. El embajador se tensa, pero no se aparta.
Valiente.
O estúpido.

—Embajador —digo, seco como piedra quebrada—. ¿Disfrutando de la hospitalidad del castillo?

—Por supuesto, Alfa Alaric —responde, sonriendo con ese aire de diplomacia juvenil—. Estaba felicitando a la princesa. Su presencia es… impresionante.

No tienes idea cuánto lo es, insecto.

—¿Ah, ¿sí? —le clavo la mirada—. Qué suerte que aún conserve el brazo para estrecharlo. No todos tienen tanta fortuna cuando se acercan a lo que no les pertenece.

El salón se enfría.
Jessed me fulmina con los ojos. Sus mejillas enrojecen, no por vergüenza… sino por rabia contenida.

—¿Puedes no comportarte como un animal salvaje por cinco minutos? —masculla entre dientes.

La respuesta ya arde en mi garganta.
No.
Porque cuando se trata de ti,
yo soy todo lo que aprendí a contener. Y todo lo que nunca pude domar.

El joven se despide con una reverencia torpe y se aleja.
Bien.

Pero Jessed no se mueve.
Me sostiene la mirada, esos ojos lilas como relámpagos fríos atravesándome.
Su voz, dulce y cortante como una daga bajo la lengua

—¿Te gusta verte como un macho territorial delante de todos?

—No.

—Entonces, ¿por qué lo haces?

—Porque me está costando no sacarte de este salón y encerrarte donde nadie más pueda mirarte como él lo hizo.

Silencio.
Sus labios se entreabren.
Sus pupilas se dilatan.
Sabe que lo siento.
Y ella lo siente también.
El vínculo. El tirón. La condena.

—Alaric… —su voz es apenas un hilo.

Me acerco lo justo para que nadie más escuche.

—No soy un diplomático, princesa. Soy un Alfa.
Y tú… tú eres la única razón por la que esta sala no está cubierta de sangre.
Así que, si no quieres que te marque aquí mismo, delante de todos,
haz que me olvide —aunque sea por un segundo—
que ese imbécil te tocó.

Jessed no se inmuta.
Me observa. Me reta.
Y entonces… se da la vuelta.

Camina hacia el otro extremo del salón.
Pero justo antes de alejarse del todo…
roza mi mano con la suya.
Sutil. Fugaz. Preciso.

Como una promesa.
Una promesa peligrosa.
Una que no pienso dejar pasar.

Estoy condenado.
Porque si vuelve a hacerlo,
si vuelve a mirarme así…

la marco.
Con o sin permiso.

Y no veo la hora de largarme de este castillo.
Llevarla a mis dominios.
Y ver hasta dónde puedo quebrarla para reconstruirla bajo mi lobo.

Pero hay algo que me inquieta más que su tacto.
Vareth Soren.
Desde que llegué, lo noto.
No es solo curiosidad…
es obsesión.

La forma en que la mira… no es normal.
Y si no obtengo respuestas pronto,
lo haré hablar.
Con garras.
O con fuego.




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