Sombras en la mesa de pactos
Jessed
La sala de reuniones estaba cargada de un aire frío, calculado, pero para mí todo se sentía insoportablemente denso.
Cada palabra pronunciada, cada gesto medido, era una pieza en un tablero donde cualquier movimiento en falso podía ser fatal.
Alaric estaba a mi lado, impecable, distante, con esa mirada oscura que no lograba apartar ni siquiera cuando él pretendía hacerlo.
Pero no era solo la política la que nos enredaba.
Era la electricidad bajo la superficie, el roce invisible de nuestros pensamientos y deseos, que retumbaba en cada silencio, en cada pausa.
Los emisarios hablaban de alianzas, de futuros, de estrategias.
Yo escuchaba sus voces mientras sentía, a centímetros de mi piel, la lucha que se libraba dentro de él.
Un tira y afloja sutil entre control y rendición, que me hacía temblar sin que nadie más lo notara.
Entonces, Vareth Soren entró en la sala.
Su presencia, elegante y decidida, cambió el ambiente en un instante.
Y con la mirada que le lanzó a Alaric —una mezcla de desafío y algo que no supe descifrar—, comprendí que la verdadera batalla apenas comenzaba.
Porque no solo estábamos jugando con alianzas políticas.
Estábamos jugando con fuego.
Vareth avanzó entre los emisarios con una sonrisa medida, esos ojos oscuros clavados en Alaric como si midiera cada centímetro de su territorio.
No era solo diplomacia. Era una provocación envuelta en cortesía.
Alaric no se inmutó, pero su mandíbula se tensó ligeramente.
Yo sentí ese cambio, como un aviso que me recorría la espalda.
El embajador tomó asiento al otro lado de la mesa, cruzando las manos con calma.
Su voz, cuando habló, era tranquila, pero contenía una corriente bajo la superficie.
—Es un honor estar aquí, Alaric, princesa Jessed. Espero que podamos encontrar puntos en común para fortalecer esta alianza.
Alaric respondió con la formalidad justa, pero sin perder ese filo bajo la piel:
—La fortaleza se construye en la verdad, no en gestos vacíos.
Vareth sonrió, un gesto que no llegaba a sus ojos.
—Claro, Alfa. Pero la verdad también se moldea para mantener la paz.
La tensión se volvió casi palpable.
Yo sabía que Alaric podía morder con palabras tanto como con colmillos.
Pero el silencio de su respuesta fue lo que más me impactó: solo un leve asentimiento.
Sentí su mirada cruzar la habitación para encontrar la mía.
Un mensaje sin palabras, un desafío íntimo entre dos polos opuestos.
Un fuego contenido, listo para estallar cuando nadie mirara.
Intenté concentrarme en la reunión, en las cifras, en las promesas, pero el aire se había vuelto demasiado denso.
Las palabras se mezclaban con ese roce invisible de fuerzas que no podíamos ignorar.
Entonces, Vareth se dirigió a mí con una sonrisa que parecía esconder mucho más que respeto.
—Princesa, espero que confíe en que el clan Durnwen honra sus compromisos.
Su voz era dulce, pero cargada de intención.
Sentí el pulso acelerarse.
No solo por la política.
Por él.
Por lo que insinuaba con cada palabra, con cada gesto.
Alaric percibió mi incomodidad y apretó ligeramente mi mano bajo la mesa, un ancla firme en medio de la tormenta.
No supe si era protección o posesión, pero la señal fue clara: yo no estaba sola.
Y mientras los emisarios continuaban con sus discursos, su mirada y la de Alaric se cruzaron de nuevo.
No como aliados.
No como enemigos.
Sino como dos fuerzas en choque, decididas a marcar territorio sin perder lo que había quedado entre nosotros.
Porque esa alianza, frágil y peligrosa, era mucho más que un pacto político.
Era una batalla por nosotros.
La reunión avanzaba con un ritmo tenso, cada palabra cuidadosamente medida, cada gesto observado.
Justo cuando parecía que la frágil tregua política empezaba a consolidarse, un mensajero irrumpió en la sala.
Su voz tembló al entregar el mensaje:
—Princesa Jessed, Alfa Alaric… hay noticias urgentes del territorio del sur.
Alaric frunció el ceño, sus músculos se tensaron como si ya presintiera la tormenta.
—¿Qué ha ocurrido?
El mensajero extendió un pergamino sellado. La tinta roja del sello no era un buen presagio.
Abrí el papel con manos que no dejaban de temblar.
“Un grupo desconocido ha atacado una aldea fronteriza.
Hay muertos.
El clan Durnwen está implicado.”
Un silencio helado cayó sobre la sala.
Vareth se irguió, sus ojos afilados como cuchillas.
—No sé de qué habla, princesa. Eso es un error, una provocación.
—¿Un error? —Alaric lo cortó con la mirada—. No hay errores en una emboscada.
Vareth permaneció impasible.
—Le aseguro que esto no fue ordenado por el clan Durnwen.
Pero la duda ya estaba sembrada.
El silencio que siguió fue más pesado que cualquier acusación directa.
Sentí el peso de la mirada de Alaric en mí, dura y urgente.
No solo estábamos en medio de una negociación por el futuro de nuestras manadas.
Estábamos en el ojo de un huracán que podía destruirlo todo.
Y mientras Vareth lanzaba una sonrisa fría y calculadora, supe que esa pelea no era solo por territorio.
Era personal.
Y yo estaba atrapada justo en medio.