Fuego y Jerarquía
Jessed
El campo de entrenamiento olía a hierro, sudor y tensión mal contenida.
Necesitábamos entrenar. Prepararnos para la inspección en el sur y descubrir qué indicios dejaron los responsables de los ataques recientes.
Había elegido mi vestimenta con estrategia.
Un conjunto de cuero negro flexible que moldeaba mis curvas sin restringir el movimiento, con detalles en plata que evocaban el linaje que muchos preferían ignorar.
Nada de capa ni armadura pesada.
Solo una blusa sin mangas, ajustada, que dejaba al descubierto mis hombros, y unas botas altas que resonaban con firmeza sobre la tierra endurecida.
Sentía sus miradas.
Las de los soldados.
Y la de Alaric, como un tacto invisible sobre mi espalda.
Pesada. Inquieta. Constante.
—¿Ese es tu uniforme de batalla o de distracción? —murmuró Kael, el Beta de Alaric, con media sonrisa.
—Ambos funcionan —respondí sin mirarlo.
Estaba aquí para una sola cosa: formar los equipos de patrulla que explorarían las rutas atacadas.
Equipos mixtos. Alfas, betas… y sí, omegas hábiles.
Pero no todos estaban listos para verlo.
Varya, una Beta de élite, general del ala oeste, y desde hace poco, la sombra de Alaric en cada consejo, me observaba con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
Beta. Orgullosa. Leal a Alaric de una forma que no era solo política.
Se notaba en cómo lo miraba.
En cómo me miraba a mí.
—¿Una omega liderando formaciones de combate? —dejó caer al aire, sin molestarse en disimular el desdén—. Supongo que los tiempos han cambiado más de lo que pensé.
—O no lo suficiente —le respondí, dando un paso al frente—. Aún hay quienes no entienden que el poder no siempre se mide en gruñidos.
Un murmullo tenso se alzó entre los soldados.
La mirada de Alaric se clavó en mí como un aviso silencioso.
Pero no intervino.
Varya sonrió. Fría. Calculada.
—¿Te interesa probar si esa teoría se sostiene en el campo?
—¿Duelo? —pregunté, ladeando la cabeza.
—Primera sangre —confirmó—. Sin transformación. Solo habilidad.
Me acerqué, sintiendo la presión de las miradas.
De todas, la de Alaric era la más intensa.
—Acepto.
Él se adelantó de inmediato.
—Jessed, no tienes que demostrar nada.
Lo miré. Mi voz no tembló.
—¿O temes que pierda?
Su mirada fue un arma más peligrosa que cualquier acero.
—Temo que descubras cuántos quieren verte caer solo por ser lo que eres.
Me acerqué hasta que nuestras respiraciones se encontraron.
—Entonces deja que lo vean. Y que sangren si lo intentan.
Volví a Varya.
Y el círculo se formó.
Ella atacó primero.
Rápida. Precisa. Una beta bien entrenada.
Pero no más que mi voluntad.
Bloqueé su ofensiva y giré, bajando con el peso de mi cuerpo para desequilibrarla.
Ella se recuperó y arremetió con una estocada baja, buscando mi flanco.
Deslicé la pierna, giré sobre mí misma y, en una única maniobra, la derribé con su propia fuerza.
Inmovilicé su cuerpo, con la hoja de entrenamiento rozando la piel de su garganta.
No jadeé.
No temblé.
Solo la miré a los ojos.
—Recuerda esto, Varya.
Una omega no nace débil. Solo aprende a sobrevivir más rápido.
Ella parpadeó, respirando agitada. Y asintió.
Rendirse no estaba en su sangre.
Pero respetarme… eso acababa de entrar en sus huesos.
Me puse de pie mientras los soldados murmuraban, sorprendidos, algunos incluso asintiendo con aprobación.
Busqué la mirada de Alaric.
Fuego. Posesión. Algo salvaje.
Y detrás de todo eso… orgullo.
Orgullo contenido a duras penas.
Sin una palabra, me volví hacia los mapas extendidos sobre la mesa improvisada.
Tomé el control sin pedirlo.
Porque ya era mío.
—Ahora que hemos terminado con las presentaciones —anuncié, mi voz firme como acero templado—, vamos a dividir los escuadrones.
Y así, entre líneas trazadas, nombres asignados y caminos secretos, sellamos la primera pieza de nuestra respuesta.
Una omega, liderando soldados.
Un Alfa, intentando no estallar de orgullo… ni de deseo.
Y una Beta, mordiendo su derrota como quien prueba sangre por primera vez.
Porque en este juego de jerarquías, no basta con sobrevivir.
Hay que enseñarle al mundo de qué estás hecha.
Y yo estaba hecha de más que instinto.
Estaba hecha de fuego.