Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 19

Lo que arde bajo control
Alaric

No sé en qué momento dejé de observar la estrategia para solo mirarla a ella.

Quizás fue cuando se quitó la capa y caminó al centro del campo como si la tierra le respondiera.
O cuando enfrentó a Varya con esa calma fría, elegante.
Una calma que conozco.
Una que precede al fuego.

Y cuando la vi vencerla, sin colmillos, sin gritar, sin siquiera dudar…

Mi lobo rugió. No de rabia. De reconocimiento.

Jessed.
Mi omega.
La que no teme sangrar, ni hacer sangrar si es necesario.

Cuando terminó la formación de escuadrones y dio las últimas órdenes, se dirigió al interior del castillo.
Sola.

La seguí.

No le pregunté si podía entrar.
No toqué.
Solo crucé la puerta y la cerré tras de mí.

Ella se giró, cruzando los brazos, con esa media sonrisa que solo aparece cuando sabe que tengo los nervios al límite.

—¿Vienes a felicitarme por vencer a tu Beta?

—Vengo a que me digas si lo hiciste por estrategia o por provocación —dije, sin rodeos.

Ella alzó una ceja.

—¿Te molesta que sepa defenderme? ¿O que todos lo hayan visto?

—Me molesta que no pueda dejar de imaginar qué habría pasado si Varya te hubiese tocado con más fuerza —gruñí—.
Me molesta que me lo ocultaras tan bien. Esa fuerza. Ese control.
Y lo peor… es que me encanta.

Ella no se movió. Solo dejó que el silencio nos llenara, como pólvora antes de la chispa.

—Pensaste que debía protegerte —dijo al fin—. Y eso te cegó a todo lo que soy.

Me acerqué. Paso a paso. Hasta que nuestros cuerpos quedaron a un suspiro de distancia.

—No.
Pensé que, si te tocaban, rompería el equilibrio que me esfuerzo tanto por mantener.
Y ahora lo sé con certeza.

Su respiración se aceleró.
Los ojos violetas buscando los míos sin miedo.
Sin sumisión.

—Entonces deja de contenerte, Alaric —susurró—. Porque esta vez, yo no voy a retroceder.

El aire se volvió más denso. Más íntimo.
Mis dedos rozaron su mejilla, bajaron hasta su cuello, sin apretar…
Pero sabiendo exactamente dónde podía marcarla.

No lo hice.

Pero lo pensé.

—La próxima vez que alguien te subestimé —dije cerca de su oído—, déjame estar allí.
No para detenerte.
Sino para disfrutar cómo los haces arder.

Ella sonrió, lenta.
Y ese gesto fue más letal que cualquier batalla.

—Ten cuidado, Alfa —me dijo, caminando hacia la puerta con la misma calma con la que había vencido en el campo—. Porque si tú te acercas así otra vez…

Se detuvo en el umbral, giró el rostro apenas.

—…quizás no te deje detenerte.

Y se fue.

Dejándome con el cuerpo en llamas.
Y la certeza de que lo que hay entre nosotros ya no puede disfrazarse de alianza.




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