Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 24

El Lazo Bajo la Piel
Jessed

El viento del norte apenas lograba cruzar los muros del templo antiguo, pero aun así lo sentí un susurro ancestral, cargado de instinto, memoria y fuego.

Estábamos solos.
Alaric y yo.
Frente a frente.

La ceremonia se realizaría según la tradición más vieja, la que precede a las leyes, a los títulos y a los pactos políticos.

Esta no era una unión para el mundo.
Era para el alma.
Para la carne.
Para los lobos que éramos por dentro.

Ambos habíamos elegido el ritual sin testigos.
Sin palabras ceremoniales.
Solo nosotros, la noche, y la verdad cruda entre los dos.

Yo llevaba un vestido blanco liviano, casi translúcido bajo el fuego de las antorchas. Caía como agua sobre mi cuerpo, dejando al descubierto mis hombros, mi cuello, el hueco donde la respiración se vuelve temblor.
No usaba joyas.
Solo la piel, preparada para ser marcada desde adentro.

Alaric estaba de negro.
Sin capa, sin corona.
Su pecho desnudo mostraba no solo fuerza, sino vulnerabilidad.
Y su mirada…
Dioses.

Su mirada era hambre contenida por última vez.

Me acerqué al centro del círculo dibujado en ceniza y sal, símbolo del vínculo.
Él lo cruzó detrás de mí, solo cuando yo asentí con los ojos.

No había lugar para dudas.

—Jessed —murmuró, y su voz rozó mi nombre como una promesa—. Si me dejas…
Si me eliges…
Te reconozco como mi lazo.
No para atarte.
Sino para saber de dónde vengo cuando todo lo demás se apague.

Sentí que mi pecho se abría.
No por miedo.
Por aceptación.

Tomé su rostro entre mis manos.

—Y yo te elijo.
No para obedecerte.
Sino para que me recuerdes quién soy cuando el mundo me quiera romper.

El momento se suspendió.

Y entonces sus manos me tomaron, una en la cintura, la otra en la base de mi espalda, guiándome hacia él sin invadir.
Solo contacto.
Piel con piel.
Respiraciones compartidas.

Bajó su rostro hasta mi cuello.
Rozó con los labios el lugar donde los alfas marcan.
Pero no mordió.
No aún.

Yo arqueé el cuerpo hacia él, respondiendo.
No había fuego brusco entre nosotros.
Era más peligroso una combustión lenta.

Sus dedos trazaron líneas invisibles sobre mi espalda, como si pudiera leerme a través del tacto.

Y yo, por primera vez, no me contuve.

Deslicé mis labios por su clavícula, lo sentí estremecerse.
Mis uñas buscaron su espalda.
No como ataque.
Como reconocimiento.

Su lobo me buscó.
Y el mío respondió.

Lo que vino después no fue solo físico.
Fue conexión.

Respiraciones mezcladas.
Susurros antiguos que no necesitaban lenguaje.

Y cuando él al fin me marcó, sin herirme, sin romper piel…
lo sentí todo.

Su fuerza.
Su miedo.
Su promesa.

El lazo se cerró con un gemido bajo entre nuestros cuerpos, con nuestras frentes juntas y nuestros corazones latiendo al mismo ritmo.

No necesitábamos testigos.
El universo ya había visto suficiente.

Cuando desperté horas después, aún entre sus brazos, no era solo mía.

Y él… ya no estaba solo.




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