Ecos del Lazo
Alaric
El lazo se selló en silencio.
Pero su eco… resonó en cada piedra del castillo.
A la mañana siguiente, cuando crucé el patio de entrenamiento, los guerreros bajaron la mirada al verme pasar. No por miedo.
Por instinto.
Mi energía había cambiado.
Ya no era una presencia que imponía.
Era una que reclamaba.
Un centro de gravedad.
Kael me esperaba en la torre este. Aún vendado, pero con los sentidos más afilados que nunca. Como si el golpe no le hubiera quitado nada… excepto el deseo de fingir cortesías.
—¿Lo hiciste? —preguntó, sin rodeos.
—Sí. Anoche.
Asintió una sola vez.
—Se nota. Ya no hueles a hambre.
Hueles a hogar.
No respondí. Porque lo entendía.
Mi lobo ya no buscaba.
Ya no aullaba en soledad.
Solo protegía.
Solo defendía.
La sensación de ella estaba bajo mi piel. Constante.
No invasiva. No molesta.
Presente.
Como si su respiración marcara el ritmo del día.
Como si, incluso en la distancia, pudiera saber si dormía, si reía… o si algo la hacía tensar el cuerpo.
No eran pensamientos.
Eran ecos.
Vibraciones del vínculo.
En un momento de quietud, mientras me colocaban el peto para el consejo, me detuve.
Vi mi reflejo en el acero.
Los ojos eran los mismos.
Pero el fuego detrás… había cambiado.
Ahora ardía por otra razón.
La sala del consejo estaba llena cuando entré. Los líderes menores ocupaban sus lugares con rigidez. Los clanes habían sido convocados por urgencia, pero todos sabían lo que venían a ver:
A un Alfa marcado.
A un hombre vinculado.
Lord Carien fue el primero en hablar.
—¿Es verdad, entonces? —dijo, con tono neutro—. ¿El lazo con la heredera ha sido sellado?
Asentí. Sin rodeos.
—Sí.
Un murmullo cruzó la sala. Sutil, como un trueno que no termina de estallar.
—¿Y fue… voluntario? —insistió otro, desde el extremo sur.
—Sí. Por ambos.
Lord Varek se apoyó con calma en la mesa.
—Entonces cambia todo.
Sus palabras no eran acusación. Eran estrategia. Lo sabía.
—Cambia lo que debía cambiar —respondí.
Varek me estudió, como un jugador que no sabe si acaba de perder… o de ganar.
—¿Y ahora? —preguntó—. ¿Actuarás como su guardián… o como su general?
Mi respuesta fue lenta. Medida.
—Seré lo que ella necesite.
Y lo que este reino ya no puede permitirse ignorar:
Un Alfa que no obedece la guerra. La dirige.
Algunos se incomodaron.
Otros sonrieron. Con respeto. Con miedo.
Porque un Alfa que lucha por deber… puede ceder.
Uno que lucha por un lazo…
Ese no se quiebra.
Más tarde, en la soledad de la sala de armas, me quedé solo.
O casi.
Me senté. Cerré los ojos.
Ella estaba lejos, pero el lazo vibraba bajo mi piel.
Una presencia cálida.
Firme.
Real.
No era como una voz. No eran palabras.
Pero su estado emocional rozaba el mío.
Y por un momento, sin esfuerzo, la sentí:
Jessed.
Despierta.
Concentrada.
Furiosa por algo.
Mi lobo respondió sin pensar, como si el vínculo fuera parte de mi instinto.
Me puse de pie.
Pero no corrí.
Ella estaba bien.
Fuerte.
Solo que… ya no podía dejar de sentirla.
Como si el mundo hubiera pasado a segundo plano.
Y todo lo demás… fuera solo paisaje alrededor del centro.
La llamada llegó antes del anochecer.
Un emisario. De las tierras exteriores.
Uno de los clanes no aliados.
Traían una carta. Sin firma. Solo un símbolo
El sello tachado de los clanes extintos.
Dentro, una sola línea:
“Una marca no es escudo.
Es una diana.”
Mi mano se cerró en un puño.
El consejo debía reunirse otra vez.
Pero esta vez, no para hablar.
Para declarar.
Antes de salir, abrí la puerta que daba al balcón.
Miré hacia los jardines.
Sabía que Jessed estaba en el ala sur.
Sabía que podía alcanzarla en menos de un minuto.
Pero no lo hice.
Porque lo que venía ahora… no era entre ella y yo.
Era entre yo y todos los que pensaban que sellar un lazo… me haría más débil.
Sonreí. Sin suavidad.
El error es pensar que la marca me ata.
Cuando en realidad… me desató.