Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 28

Donde el Instinto Manda

Alaric

No la oí gritar.
Ni llamó mi nombre.
Ni siquiera pensó en mí de forma consciente.
Y aun así… lo supe.

Un tirón seco.
En el pecho.
En la base del cuello, donde el lazo dormía bajo la piel.
De pronto, ya no dormía.
Se agitaba.

Me detuve a medio paso en la sala de estrategias.
Las voces de los comandantes se desvanecieron, como si alguien hubiese vaciado la habitación de sonido.
Solo quedó ese temblor.
Esa vibración grave.
No de miedo.
De batalla.

—¿Alaric? —preguntó Varek, confuso.

—Ella está en el bosque —dije, ya girándome—. En peligro.

—¿Qué? No ha llegado ningún—

No lo dejé terminar.

—No hace falta.
No cuando el vínculo nos une con esa precisión salvaje.
No cuando su pulso se mezcla con el mío.

Mi equipo ya se movía antes de que yo lo ordenara.
Kael, cojeando, pero firme, me lanzó una mirada:

—¿Va sola?

—Con Varya y dos exploradores. Pero ya no están solos.

Supe exactamente cuántas presencias se movían entre los árboles.
No por números.
Por presión.
Como si el bosque intentara cerrarse sobre ella…
Y el lazo me mostrara cada raíz, cada sombra, cada amenaza con su nombre marcado.

No era clarividencia.
Era territorio compartido.
Lobo en alerta.
Vínculo desatado.

Corrimos.
Pero no hacia el lugar exacto.
Corrimos hacia ella.

El vínculo era guía.
Como un hilo de fuego directo a su respiración.
El bosque nos recibió con niebla baja y ramas tensas como cuchillas.
Pero nada en mí titubeaba.

Los que me seguían sabían que algo había cambiado.
Que no era una búsqueda.
Era una caza.

—No te alejes —le dije a Kael, sin mirarlo—. Si no siento tu energía, el lazo va a devorarte.

No bromeaba.
Ya no.

**

La encontré.
Círculo natural.
Árboles rotos.
Tierra alterada por poder ritual.
Y en el centro, ella.
Jessed.

De pie, firme, con los ojos encendidos.
No de luz.
De visión.

Su poder resonaba como un tambor grave que solo el lazo sabía interpretar.
Ella me sintió.
No giró.
No gritó.
Solo dejó que el lazo hiciera su trabajo.

Y yo… rugí.
No con la garganta.
Con el pecho.
Con todo el instinto alfa que ya no necesitaba contenerse.

Los atacantes se movieron entre las sombras.
Pero yo ya sabía dónde estaban.
Cada uno.
Por su intención.
Por el olor del incienso negro impregnando el miedo.

Salté sobre el primero.
Mi espada no hizo preguntas.
El segundo no tuvo tiempo de huir.

Varya protegía el flanco izquierdo.
Pero había algo en su forma de moverse.
Demasiado precisa.
Demasiado... distante.

Su mirada evitaba la mía.
Como si supiera que el lazo podría delatarla.
Como si no quisiera que la leyera demasiado pronto.

Kael cubría el derecho.
Pero Varya...
Ella medía cada paso.
Ni demasiado cerca.
Ni lejos.

Como quien espera una señal.

Y entonces sucedió.

—¡Jessed! —grité, irrumpiendo entre los árboles, una llamarada negra de furia y acero.

Ella no respondió.
Pero estaba viva.
Estaba de pie.
Estaba resistiendo.

Vi a Varya…
Y lo entendí.

Ella ya lo sabía.
Ya lo esperaba.
Su rostro no mostró sorpresa.
Solo decisión.

—Fuiste tú —dije, voz de trueno.

Varya me sostuvo la mirada. No tembló.

—No me arrepiento —respondió—. Los reinos no necesitan una reina marcada…
Ni un alfa que elija con el corazón en vez de con la corona.

Y entonces atacó.
No a Jessed.
A mí.

Su espada cantó como traición en la noche.
Yo la bloqueé por puro instinto, sin pensar.
Pero el golpe era real.
Y el odio en sus ojos… también.

—¡¿Por qué?! —gruñí, girando para desarmarla.

—Porque debía ser yo.
Porque yo te seguí en cada guerra.
Te salvé más veces de las que puedes contar.
Y cuando llegó ella…
Todo eso desapareció.

No era solo celos.
Era ambición.
Era dolor.
Era la certeza de haber sido desplazada por algo que ni siquiera podía controlar.

—El lazo no te eligió —dije, jadeando.

—¡Porque el lazo es una maldición disfrazada de destino! —escupió ella.

La energía se desbordó.
Jessed, en el centro, alzó las manos.
El sello en el aire ya no era una prisión.
Era una jaula que se cerraba sobre los conjuradores…
Y sobre Varya.

Kael retrocedió.
La tierra vibró.

—Está deshaciendo el círculo —murmuró.

No.
Lo está cerrando sobre ellos.

Y lo hizo.

El círculo que habían trazado para atrapar a Jessed… se volvió una trampa mortal.

Varya miró alrededor.
Lo entendió.
No iba a ganar.

Pero tampoco iba a caer.

Sus dedos sangraban.
Y entre ellos, dibujó una runa negra en el aire.
Una grieta.
Un eco.

—¡NO! —grité, avanzando, espada en alto.

Pero ya era tarde.

La Marca de Sombra envolvió su cuerpo en un estallido breve y oscuro.
Un parpadeo.
Y ya no estaba.

Solo quedaba su voz, flotando como ceniza:

—Esto no ha terminado, Alaric.
Ni entre tú y yo.
Ni entre ella y el mundo.

**

Cuando el último conjurador cayó, no hubo celebración.
Solo respiración agitada.
Espadas cubiertas de sangre.
Tierra sagrada corrompida… y luego redimida.

Me acerqué a Jessed.
No la toqué aún.
Esperé a que su energía bajara.

—¿Te hicieron daño?

Ella negó.
—No a mí.

Me mostró el sello en su brazo.
No era una herida.
Era una marca que no le pertenecía.

—Intentaron atarme a su invocación —dijo—.
Pero el lazo los sacó.




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