Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 29

Voces en la Sangre

Jessed

Elash’nor.

El nombre seguía vibrando en mi memoria como un fragmento arrancado de otra lengua, de otro tiempo.

Después del ataque, el círculo de protección quedó marcado en la tierra.
Dormía… pero no estaba desactivado del todo.

Y yo tampoco.

Desde que el lazo se selló, mi cuerpo ya no respondía igual.
El mundo no se acercaba: yo lo percibía antes de que llegara.
Ecos. Fragmentos. Restos de energía hablándome en formas que no entendía del todo.
Todavía.

Pasaron dos noches.
El castillo estaba en vilo, pero no por el enemigo.
Sino por nosotros.

Mi vínculo con Alaric ya no era secreto.
Y más de un consejero lo había sentido.
Literalmente.

Uno de ellos, el más viejo, apenas me miró al entrar en la sala y murmuró:

—Cuando dos almas se imprimen, los muros escuchan distinto.

Los muros.
No la gente.

Hasta la piedra sabía que algo había cambiado.

Mientras los guardianes reforzaban las rutas al sur, yo buscaba respuestas.
El nombre Elash’nor me sonaba a conjuro prohibido, pero no era del idioma común.

Tampoco era de los dialectos de los clanes aliados.

Encontré una pista en un códice antiguo, sellado con cera oscura, reservado solo para líderes de nivel alfa.
Varya me lo cedió sin hacer preguntas.

Allí, entre líneas de runas rotas, apareció una frase:

"Elash’nor no es un nombre.
Es un llamado.
Uno que solo responde si el sacrificio es sangre y voluntad."

Un llamado.

A qué, aún no lo sabía.

Pero ese ritual había intentado usarme como canal.
Y no lo habían conseguido solo por mi fuerza.

Fue el lazo el que rompió el canal.
Alaric, sin estar presente, me había protegido.

Cuando volví a la torre norte, él me esperaba.
Apoyado en la piedra, con la mirada fija en mí, como si pudiera sentir cada capa de mi energía desde lejos.

—¿Lo viste? —preguntó.

—Vi lo suficiente —respondí—. Elash’nor es invocación. Y quien la activa, no lo hace solo por destrucción.

—¿Entonces?

—Quieren traer algo.
Desde otro plano.
Y me necesitan viva.
Marcada.

Vi cómo su cuerpo se tensaba, pero no habló aún.

—No va a parar aquí, Alaric.

—Lo sé —dijo.
Su voz estaba más grave.
Más decidida.

—Por eso quiero llevarte a mi territorio.

Me detuve.

—¿A tu territorio? ¿Ahora?

Él asintió.

—No por instinto.
Por estrategia.

Se acercó.

—Aquí, tus enemigos saben cómo encontrarte.
Y ahora que el lazo está activo… también pueden rastrearte a través de mí.

El silencio pesó.

No por la oferta.
Sino por lo que significaba aceptarla.

—Si me voy contigo —dije—, será visto como una retirada.

—O como una declaración —replicó él—. De poder.
De que no vamos a esperar que la amenaza golpee.
Vamos a prepararnos en mi tierra.
Donde mi lobo no necesita permiso para morder.

No apartó la mirada.

—Allí tendrás espacio para investigar el nombre, sin la presión de los muros.
Allí, el lazo se fortalece.
Y tú… puedes entrenar esa visión.

Mi pulso se aceleró.

No porque dudara.
Sino porque sabía que tenía razón.

Y ese era el problema.
Lo sabía demasiado bien.

—Una semana —dije—. Le doy una semana al castillo para ver si pueden contener algo más.
Si no… me iré contigo.

Sus ojos ardieron.

Pero no habló de inmediato.

Cuando lo hizo, su voz fue apenas un murmullo:

—Una semana.
Pero si algo intenta tocarte otra vez…
nos vamos antes.
Aunque tenga que cargar contigo.

No sonreí.

Tampoco lo desafié.

Porque la verdad era una sola:

Ya estaba eligiendo irme.
Solo necesitaba una excusa.

Y si Elash’nor era un llamado…
yo tenía que saber si respondía por mí.
O si alguien más… lo estaba guiando.




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