Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 30

Donde el Orgullo Envenena

Varya

El sello se cerró detrás de mí como un portazo invisible.
Aún podía sentir el temblor de la tierra, el eco del lobo rugiendo, el fuego de Jessed desbordando el círculo.
Mi cuerpo estaba entero.
Pero mi orgullo… sangraba.

Corrí.
No por miedo.
Por rabia.
Por el fracaso que me ardía más que cualquier herida.

El bosque me reconocía.
O eso creía.

Hasta que las raíces dejaron de apartarse.

Hasta que el aire se espesó.

Y hasta que él emergió de la niebla como un juicio.

—¿Te parece esto una victoria? —dijo Vared, sin siquiera alzar la voz.

Me detuve. Jadeaba. No por agotamiento, sino por el nudo en mi garganta.

—Tenía que hacerlo.

—¿Antes de tiempo? ¿Sola? ¿Con el sello aún sin afianzar? —Su tono se volvió afilado—. ¿Sabes lo que hiciste?

—Sí. Evité que esa omega volviera a poner un pie fuera del bosque.

—¿De verdad crees eso? —Su risa fue breve, seca—. Lo que hiciste fue despertarla. Y ahora el lazo que intentábamos cortar… está más fuerte que nunca.

Me atreví a mirarlo.

Sus ojos eran lo más parecido al juicio de un dios antiguo.

—No podía esperar más, Vared. Cada día, él la miraba con más certeza. Con más devoción.
Y tú querías que simplemente… viera cómo lo perdía del todo.

—¡Porque no era el momento! —espetó, y su energía oscura tembló entre los árboles—. El Consejo necesitaba que el vínculo se debilitara primero. Que Alaric dudara. Que ella se fracturara desde dentro. Pero tú… tú lo apuraste todo por celos.

Tragué saliva. El peso de sus palabras dolía porque eran verdad.

—Yo debía ser su Luna.

—Y no lo eres —dijo con frialdad—. Porque tú no marcas a un alfa. Tú lo controlas. Lo dominas. Lo manipulas.

Se acercó. Su energía se enroscaba como serpientes alrededor de mi columna vertebral.

—¿Sabes lo que más me molesta, Varya? —dijo, ya más bajo—.
No es que fallaras.
Es que ellos se imprimieron.
Sin permiso. Sin ritual. Sin estructura.
Y el lazo… los marcó igual.

Sus ojos brillaron con algo más que ira.
Era envidia.
Era rencor puro.

—El vínculo fue un accidente del instinto —dije, casi escupiendo—. Un capricho de la sangre. Nada más.

Un capricho que ahora arde en mi pecho también, cada vez que están cerca —confesó.

Me quedé helada.
Vared también sentía el lazo.
No como ellos.
Pero lo suficiente como para odiarlos desde el hueso.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque yo lo controlaba —respondió él, tajante—. Porque yo, a diferencia de ti, sé esperar. Sé planear.

Me tomó del brazo con firmeza. Su energía zumbaba como un enjambre bajo la piel.

—Esto no ha terminado, Varya. Pero ahora nos costará el doble.
Porque Alaric ha visto tu traición.
Y Jessed…
Jessed ha visto lo que está dispuesta a hacer por mantener su lugar.

—No me rendiré —susurré.

—Más te vale no hacerlo —dijo él, soltándome—. Porque la próxima vez que falles… no seré yo quien venga a buscarte.

Esa noche, cuando me oculté bajo la roca marcada por los símbolos antiguos, lloré por primera vez en años.

No por él.
No por la guerra.
Sino porque yo había sido suficiente una vez.
Antes de que llegara ella.
Antes de que el lazo me negara el derecho de ser su Luna.

Y aún así…
aún sangrando…
aún la quiero fuera.




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