Donde el Lazo se Transforma
Jessed
Había pasado ya una semana.
El tiempo que le pedí a Alaric.
El bosque no hablaba.
Respiraba.
Cada hoja vibraba aún con el eco del combate, como si la tierra no supiera si callar… o gritar.
Yo tampoco lo sabía.
El sello ya se había deshecho.
Los restos del círculo ritual se desvanecieron, tragados por la tierra como sangre que no quiere ser recordada.
Pero el lazo seguía allí.
No dolía.
No ardía.
Solo… palpitaba.
Como si respirara por mí.
Como si me escuchara antes incluso de pensar.
Me senté sobre una piedra húmeda.
Los dedos aún me temblaban.
No por miedo.
Por el exceso de poder que había canalizado.
Y por la sombra que había dejado en mí.
Varya.
No dolía tanto su traición. No confiaba
Y ella…
me entregó.
No por órdenes.
No por fe.
Sino por celos.
—No era personal —me había dicho antes de huir.
Y eso era lo peor.
Porque si lo hubiera sido, si hubiera sido odio puro…
podría haberla combatido.
Pero los celos…
Los celos son más antiguos que la guerra.
Más venenosos que cualquier conjuro.
Kael me observaba desde la distancia.
No decía nada.
Sabía que no debía.
Alaric, en cambio… estaba cerca.
Tampoco hablaba.
Pero no por respeto.
Sino por algo más profundo.
Estaba esperando.
Y lo entendí.
Me estaba dando la opción.
La elección que nunca pensé que tendría.
Quedarme… o partir.
Volver a ocultarme entre las ramas del este…
O seguirlo a su territorio.
No como omega marcada.
Sino como igual.
Como fuerza.
Me levanté.
El brazo donde el sello había intentado atarme seguía marcado.
Pero no eran heridas.
Eran memoria.
Advertencia.
Alaric se acercó.
Apenas un paso.
—No voy a arrastrarte —dijo, voz baja, ronca—.
No voy a usar el lazo como excusa.
—Lo sé —respondí.
Me miró.
En serio.
Como si esperara un juicio.
O un perdón.
Pero no le di ninguno.
Solo la verdad.
—La traición no fue el final —dije—. Fue el inicio.
Lo que intentaron conmigo, lo intentarán con otros.
Si creen que pueden usar omegas como llaves… lo seguirán intentando.
Y yo…
yo no voy a quedarme mirando.
Le tendí la mano.
—Llévame a tu territorio, Alaric.
Su mirada se endureció.
No por desconfianza.
Por la gravedad de lo que eso significaba.
—Una vez entres, Jessed… ya no habrá marcha atrás.
Allí serás vista como Luna.
Como guía.
Como amenaza.
—Entonces que me vean —susurré.
Porque por primera vez en mi vida…
no era una pieza.
Era la jugadora.
Esa noche, mientras la niebla del bosque se disolvía tras nosotros,
el lobo se movió en silencio bajo mi piel.
Ya no rugía.
Observaba.
Y el lazo…
no me arrastraba.
Me acompañaba.
Alaric caminaba a mi lado.
No como dueño.
Sino como igual.
Y yo… decidí no huir.
Porque el vínculo no era una prisión.
Era una puerta.
Y por fin…
decidí cruzarla por voluntad propia.