Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 33

Donde la Sombra Entra con Luz

Jessed

El territorio de Alaric no era como lo imaginaba.
No era todo piedra, guerra y dominio.

Era orden.
Era legado.
Era fuerza contenida en cada ladrillo, cada sendero, cada símbolo pintado con la sangre de generaciones.

Y yo… era una grieta en ese muro perfecto.

Lo sentí en cuanto crucé el primer umbral de piedra
Miradas duras.
Espaldas que se tensaban.
Silencios que hablaban más que gritos.

—¿La traes contigo? —preguntó uno de los guardias del portón principal.
No dijo su nombre.
No me miró.
Se lo preguntaba a él.

Alaric no respondió.
Solo pasó junto a él, y conmigo a su lado.
Como si no necesitara explicarse.

Pero yo sabía que sí.

A cada paso, la tensión crecía.
Las estructuras de piedra vieja se alzaban como fortalezas de juicio.
Los niños eran escondidos por sus madres.
Los centinelas me escaneaban como si llevara una bomba bajo la piel.

No entendían el lazo.
No entendían a mí.

Yo era omega.
Y los omegas en este territorio no caminaban erguidos.
No miraban a los ojos.
Y mucho menos… no ardían como fuego sin amo.

El Salón de los Cuatro Nudos era tan amplio como silencioso.
Cuatro columnas marcaban el lugar donde se reunía el Consejo de Lobos.
Y tres de ellos ya estaban allí.

El primero, un anciano con la piel arrugada como corteza, me miró con disgusto apenas entré.
El segundo, más joven, con ojos de halcón, simplemente negó con la cabeza.
Y el tercero, una mujer de cabello blanco como nieve en guerra, apretó los labios con una furia que no gritaba, pero quemaba.

—¿Y esta es tu Luna, entonces? —dijo ella.

Alaric no respondió aún.

—Una omega marcada en batalla. No por la bendición del rito, sino por el caos de la sangre.
¿Esperas que aceptemos esto?

—No les estoy pidiendo permiso —dijo él, firme.

Yo di un paso al frente.
No porque me sintiera valiente.
Sino porque el lazo lo exigía.

—No soy lo que esperaban —dije—.
Pero no vine para encajar en sus moldes.

—Entonces, ¿para qué viniste? —espetó la mujer.

—Para no huir más.
Para enfrentar lo que viene.
Porque la guerra que se acerca no pregunta si eres alfa, beta u omega.
Solo destruye.

Un murmullo recorrió la sala.

—Fuego bonito —dijo el anciano—. Pero eso no basta.
Aquí, el juicio se gana con más que palabras.
Se gana con sangre.

Alaric frunció el ceño.

—¿Los pondrán a prueba?

—Ella sola —dijo el anciano—.
Si ha de caminar a tu lado, debe caminar primero sola.
Mañana al alba, en el Anillo de Piedra.
Y sin tu presencia.

Alaric me miró.
Por primera vez desde que llegamos… dudó.

Pero yo no lo hice.

—Acepto —dije.

Y el lazo… ardió con mi decisión.

Horas después, bajo la luna alta, estábamos solos.
En el balcón de nuestra recamara donde el viento traía el aroma del bosque y el eco de generaciones enterradas.

Nos sentamos sin hablar.

Ella miraba las estrellas como si fueran una lengua que intentaba traducir.
Yo… solo la miraba a ella.

—No puedo negar que temo a lo que Vared hará —confesó al fin—.
Pero contigo, siento que puedo enfrentar cualquier cosa.

Me giré hacia ella.
Tomé su rostro con cuidado, como si la noche pudiera romperla si alzaba demasiado la voz.
Mis dedos recorrieron sus mejillas, su cuello… como si pudiera memorizarla.

—No estás sola —susurré—.
Soy tu guardián.
Tu alfa.
Y juntos somos invencibles.

El lazo brilló entre nosotros.
No solo en poder.
Ni solo en deseo.
Era algo más crudo.
Más real.
Confianza.

Un puente sin planos.
Pero resistente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.