Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 34

Entre Sombras y Susurros
Jessed & Alaric

Esa noche era cómplice de nuestro encuentro, un refugio donde las palabras sobraban y solo importaban los latidos que resonaban al unísono.
Alaric me tomó con suavidad, su mirada hundiéndose en la mía con una intensidad que me hizo temblar, un fuego contenido que prometía romperse en cualquier instante.

Sus manos trazaron caminos lentos y seguros por mi piel, descubriendo cada rincón con la ternura y el deseo que solo él sabía despertar en mí.
No había prisa, solo el dulce juego de la cercanía y el calor que se esparcía entre nosotros.

—Eres mía —susurró con voz grave, acercando sus labios a mi oído—, y yo soy tuyo.
Un lazo que ni el tiempo ni la distancia podrán romper.

Mis dedos se enredaron en su cabello, atrayéndolo más cerca, sintiendo el roce de su piel contra la mía como un imán irresistible.
El mundo se redujo a ese instante, a ese espacio donde éramos solo nosotros, sin máscaras ni protocolos.

Cada suspiro, cada roce, era un pacto silencioso, un juramento hecho en la intimidad de nuestras almas.
Y mientras nuestras sombras se fundían bajo la luna, supe que había encontrado en él un refugio, un fuego que no solo calentaba mi cuerpo, sino también mi espíritu.

La luz suave de las velas bailaba sobre sus rostros, delineando cada expresión, cada deseo contenido.
Alaric se acercó despacio, como si el tiempo se hubiese detenido solo para nosotros.
Su mano acarició mi mejilla con una ternura firme que desarmaba cualquier resistencia.

Sentí su aliento cálido en mi piel, un roce casi imperceptible que encendió una chispa que crecía en mi interior.
Sus dedos recorrieron lentamente mi cuello, descendiendo hacia mis hombros, con un cuidado que hablaba de posesión y respeto a la vez.

Nuestros ojos se encontraron y no hizo falta decir nada.
Era un diálogo de miradas, de latidos acelerados, de promesas no pronunciadas.

Alaric me tomó con delicadeza, acercándome a su pecho, donde pude sentir el pulso firme de su corazón.
El contacto me dio fuerza, seguridad, y un deseo profundo que no podía ni quería negar.

Nuestros cuerpos se entrelazaron con suavidad, como si danzáramos una melodía antigua, conocida solo por nosotros.
Cada roce, cada suspiro, era un eco de ese vínculo que nos unía, intenso y sagrado.

En ese instante, el mundo se redujo a nosotros dos a la piel, al susurro, al deseo contenido que prometía consumirse lentamente, sin prisa.

Nuestros cuerpos se fundían en un delicado equilibrio entre deseo y calma, como si el mundo entero se hubiese detenido para nosotros.
Alaric deslizó sus manos con suavidad por mi espalda, acercándome más a él, transmitiéndome una mezcla de fuerza y ternura que me hizo sentir protegida y deseada al mismo tiempo.

Su respiración cálida acariciaba mi cuello mientras sus dedos trazaban círculos lentos que parecían grabar nuestro vínculo en mi piel.
Cada contacto era un lenguaje propio, una promesa silenciosa de que estábamos conectados más allá de lo visible.

Mis manos se enredaron en su camisa, aferrándome a esa cercanía que me anclaba en el presente, en este refugio seguro lejos de las sombras que nos acechaban.
Su mirada, intensa y profunda, me decía todo lo que las palabras no podían expresar: que yo era suya, y él era mío.

Nos movíamos con un ritmo pausado, un baile íntimo donde cada suspiro era un latido compartido, cada roce una afirmación del lazo que nos unía.
No necesitábamos más que esa conexión silenciosa, ese espacio donde podíamos ser simplemente nosotros.

Cuando finalmente nuestros labios se separaron, quedamos aún entrelazados, sintiendo la calidez del otro, la certeza de que, a pesar de todo, estábamos juntos.
Y en esa quietud, supe que no había fuerza capaz de romper el lazo que habíamos sellado, ni deseo más fuerte que el que nos unía.




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