Sombras en el Límite
Jessed
La tensión se extendía por el castillo como una niebla silenciosa. Desde lo alto de la torre este, los límites del territorio parecían tranquilos, pero el aire estaba cargado de algo antiguo… algo que no se veía, pero se sentía en la piel como un presagio.
Alaric no se había soltado de mi mano desde que el mensajero habló. Su mirada seguía fija, como si pudiera ver más allá del horizonte.
—¿Qué símbolo vieron? —pregunté en voz baja, mientras nos dirigíamos a la sala de estrategia.
Kael, que caminaba unos pasos por detrás, fue quien respondió.
—Una luna dividida por una garra. Es una marca de los exiliados. Creímos que habían desaparecido hace años… pero si ha vuelto a aparecer, es porque alguien quiere reclamar lo que perdió.
Un silencio pesado cayó sobre nosotros. Esa marca era más que un símbolo; era una amenaza directa al liderazgo de Alaric… y a nuestra unión.
—Aquí encontraron la marca —dijo—. En un tronco, quemada a fuego lento. Es un mensaje.
—Un desafío —murmuró Alaric.
Su voz era grave, cargada de algo más que preocupación: era furia contenida.
Me acerqué a él, colocándole una mano sobre el pecho. Sentí su corazón latiendo con fuerza, no de miedo, sino de determinación.
—No estás solo —le recordé—. Esta manada es fuerte… y tú también lo eres.
Alaric sostuvo mi rostro entre sus manos, y por un momento, la estrategia y los enemigos desaparecieron.
—Y tú me haces más fuerte, Jessed. Lo que están atacando no es solo mi liderazgo, es nuestra unión. Saben que juntos somos una amenaza para cualquier sombra del pasado.
Sus palabras me estremecieron. Porque era cierto. Había fuerzas antiguas que no aceptaban el cambio, que no toleraban que una princesa marcada por la luna caminara al lado de un alfa.
—Necesitamos salir antes del anochecer. Si están en movimiento, querrán atacar bajo la cobertura de la oscuridad —añadió Kael, con tono calculador.
—Iré con ustedes —dije con firmeza.
Todos se giraron hacia mí. No como a una princesa frágil, sino como a una igual. Sabían que no era un adorno al lado de Alaric.
—No lo permitiré —empezó a decir él, pero lo interrumpí suavemente.
—Soy parte de esta manada. Y si esto se trata de nuestro vínculo, entonces también es mi batalla.
Nos miramos en silencio. Él asintió lentamente, sabiendo que no me detendría. No esta vez.
Horas después, cuando el sol comenzaba a caer, nos preparamos para partir. Llevaba una capa ligera sobre los hombros y un pequeño colgante con el símbolo de la luna creciente que Alaric me había dado la noche anterior. Era un recordatorio de quién era… y de lo que éramos juntos.
La luna empezaba a alzarse sobre el cielo cuando salimos del castillo.
El viento traía consigo el eco de pasos invisibles, de ojos que observaban desde la espesura. Y aunque aún no los veíamos, sabíamos que nos esperaban más allá del límite.
Y mientras cabalgábamos hacia la oscuridad, sentí la chispa del destino encenderse en lo más profundo de mi alma.
No era solo una princesa.
No era solo una compañera.
Era la portadora de una luz antigua.
Y esa noche, estaba lista para enfrentar las sombras.