Silencio Antes de la Tormenta
Jessed
Tres lunas llenas habían pasado desde aquella noche en que la marca de los exiliados apareció en los límites del territorio.
Tres meses de patrullas constantes, de interrogatorios a forasteros, de noches en vela y días cargados de silencio tenso.
Pero no había rastro. Ninguna emboscada. Ninguna señal.
Como si la sombra hubiese jugado su carta y luego se hubiera desvanecido… o como si estuviera esperando.
La vida en la fortaleza continuaba, aunque distinta. Había más guardias, más entrenamiento, más ojos vigilando desde las torres.
Yo había aprendido a leer el lenguaje del castillo: el modo en que los lobos más jóvenes bajaban la voz cuando hablaban de la amenaza.
Él no lo decía, pero lo sentía la calma no era un descanso. Era una trampa.
—No es normal que desaparezcan así —dijo una noche, mientras observábamos desde los balcones del ala norte.
La luna brillaba sobre su piel y hacía que sus ojos ámbar parecieran de fuego.
—Quizá lo están esperando todo… —murmuré—. Esperando a que bajemos la guardia.
—No la bajaremos. No mientras tú estés aquí.
Sus palabras, aunque firmes, venían cargadas de preocupación. Alaric no solo era un alfa que protegía a su manada, era un compañero que temía perder aquello que más amaba.
En estos meses, nuestro vínculo se había vuelto más profundo, más enraizado. Había noches en que bastaba con un cruce de miradas para saber lo que el otro sentía. Éramos una sola alma dividida en dos cuerpos, latiendo con un mismo propósito.
Pero algo había cambiado también en mí.
Había pasado tiempo desde la ceremonia del vínculo, desde que supe lo que significaba pertenecerle no solo en alma, sino en cuerpo.
Desde entonces, el mundo había cambiado, sutilmente al principio… pero ahora, lo sentía distinto.
Mi cuerpo.
Mis sentidos.
Mis sueños.
Todo comenzaba a hablarme de algo nuevo.
Al principio pensé que era solo fatiga por los entrenamientos con Varya, o la presión constante de mantener la diplomacia entre clanes al borde de la desconfianza.
Pero no. No era eso.
Me despertaba en las noches con el pulso acelerado.
Con un calor diferente bajo la piel.
Con el eco de un segundo latido, uno más pequeño, más delicado… como si dentro de mí una fuerza nueva empezara a crecer sin permiso.
Y luego estaban los aromas.
Los cambios.
El instinto.
Empecé a evitar ciertos olores. Sentía náuseas con cosas que antes me eran agradables.
La conexión con Alaric era más intensa. Irracional. Como si mi lobo me estuviera advirtiendo de algo.
Como si algo —o alguien— ya estuviera latiendo conmigo desde adentro.
Una noche, incapaz de ignorar lo evidente, me presenté ante la sanadora de la manada.
Sus manos eran suaves, sabias.
Sus ojos, cuando me miraron, no necesitaron decirlo.
—Está creciendo vida dentro de ti, Jessed —susurró con una mezcla de reverencia y precaución—.
Un heredero de sangre alfa… y de linaje sagrado.
Me quedé en silencio.
No por miedo.
Sino por lo que eso significaba.
No estaba lista.
No ahora.
No cuando Varya aún se movía entre las sombras.
No cuando Alaric salía cada día a reunir fuerzas contra enemigos invisibles.
No cuando yo apenas había empezado a descubrir lo que significaba ser su compañera… y ahora, también madre.
Pero entonces pensé en Alaric.
En sus manos marcándome como suya.
En su protección feroz.
En la forma en que me miraba, como si yo fuera el centro de su universo.
Y supe que debía decírselo.
Aunque no sabía cómo.
Porque dentro de mí, no solo latía una nueva vida.
Latía un nuevo destino.