Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 38

Lo que el vínculo no puede ocultar
Jessed

El castillo se tornaba más silencioso al caer la noche.
Pero dentro de mí, el silencio era una ilusión.

El secreto palpitaba justo bajo la piel.
Cada paso que daba, cada respiración que intentaba hacer normal me recordaba que algo había cambiado. Que yo había cambiado.

Aún no le había dicho a Alaric.
No porque desconfiara de él —Dioses, jamás—, sino porque temía lo que esa noticia despertaría.
Su instinto de protección, su ira si sentía que ese pequeño latido estaba amenazado, su necesidad de encerrarme bajo muros imposibles de cruzar.
Y no podía permitirlo.
No ahora.

Necesitábamos enfocarnos.
En la amenaza de Varya.
En las fisuras de la manada.
En lo que el símbolo antiguo anunciaba.

Así que, por primera vez desde nuestra unión, decidí guardar algo solo para mí.

Esa noche, en mi alcoba, me senté junto al fuego y deslicé la pluma sobre el pergamino. La carta iba dirigida a mi padre, el rey de mi tierra natal.
No como una súplica, ni como una confesión, sino como un aviso sutil:

*Padre, la sangre del Norte y del Oeste se ha unido de forma más profunda de lo esperado.
Pronto habrá un latido más fuerte entre nosotros.
Pero el peligro aún camina entre las sombras.
No enviéis tropas. No aún.
Confío en él… y en mí.
Pero debéis estar listos, en silencio, como el filo de una daga escondida en la manga de un general.

Tu hija,
Jessed.*

Sellé el mensaje con cera blanca.
Una señal que él entendería: “secreto sagrado”.

Alaric no preguntó nada esa noche, pero sus ojos me estudiaban.
Me olía más seguido.
Sus dedos se quedaban más tiempo sobre mi vientre sin notarlo.
Su humor cambiaba sin razón: protector, inquieto, a veces incluso... hambriento.

Lo sentía.
No lo sabía aún, pero su lobo sí.

Y yo…
yo lo sentía también.

El vínculo nos unía a un nivel que las palabras no podían nombrar.
Y ahora ese lazo era más que espiritual. Era físico. Instintivo.
Donde él se tensaba, yo sentía punzadas suaves en el abdomen.
Donde yo soñaba con campos de luna y cantos suaves, él se despertaba con la garganta seca y el pecho agitado.

—¿Estás bien, mi alfa? —le pregunté esa madrugada, al verlo sudar y moverse inquieto en la cama.

Él abrió los ojos lentamente, su mirada oscura y confusa.

—Siento que algo... algo en ti está cambiando. Pero no sé qué es.

Acaricié su rostro. No mentí.
Solo no lo dije aún.

—Todo cambia. Hasta los lobos más fuertes.

Él me abrazó, profundo, fuerte. Como si supiera que lo que venía lo pondría de rodillas.

Y yo, en silencio, le recé a la luna para que cuando lo supiera… no me mirara con miedo, sino con esperanza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.