El Olor del Secreto
Varya
Algo había cambiado.
No en los cielos. No en la política.
Era algo más sutil… más visceral. Un temblor en la sangre, un eco en el instinto. Como si una nota disonante vibrara dentro del equilibrio de la manada.
Jessed.
No necesitaba pruebas para saberlo. Bastaba con respirar.
Un nuevo aroma flotaba a su alrededor, imperceptible para los humanos, pero no para los lobos. Dulce. Fértil. Vivo.
La mayoría lo confundiría con el olor de una pareja recién unida. Pero no yo.
Era más antiguo. Más peligroso.
Estaba embarazada.
No lo había dicho, pero su cuerpo ya hablaba. Alaric aún no lo sabía con certeza… pero su lobo sí. Y el mío también.
Desde las sombras, he seguido cada uno de sus pasos. No por lealtad, sino por estrategia. Para informar a Vared. Para encontrar el primer descuido. El momento perfecto para atacar.
Pero esto… esto lo cambia todo.
Maldita sea.
La odio.
Los odio.
El problema no era el niño.
Era lo que ese niño significaba.
Sangre del Norte y del Oeste. Poder de linajes antiguos. Destino marcado por la luna… y por la guerra.
Yo no podía permitirlo.
Mi lugar aquí nunca fue completamente político. Había jurado lealtad a Alaric, sí. Pero esa lealtad tenía límites. Límites marcados por la sangre. Y por Vared.
Desde el momento en que se firmó la alianza entre nuestras tierras, supe que Vared odiaba a Alaric. No por el poder. No solo por el liderazgo. Sino porque puso los ojos sobre Jessed. Y eso… eso fue una traición imperdonable para él.
Y yo...
yo me uní a este juego para destruirlos.
Pero desde hace semanas, no hay noticias de Vared. Y ese silencio no es casual. No de alguien tan meticuloso como él.
El plan era claro desde el principio:
Observar. Infiltrar. Debilitar. Actuar.
Y ahora todo se desmorona.
Ese niño cambiará el equilibrio.
Despertará algo que muchos creían extinto.
Y hará que algunos de los nuestros dejen de seguir órdenes… y comiencen a seguir instintos más oscuros.
No puedo esperar más.
Necesito respuestas.
Y necesito un aliado.
Esa misma noche, salí del castillo bajo el abrigo de la niebla, con el rostro cubierto y la capa sin escudo. Crucé el bosque hasta el viejo paso del este, donde las raíces se enredan como serpientes dormidas. Allí, enterrado bajo una roca hueca, encontré el cristal negro.
Pequeño. Frío. Vivo.
Una herramienta prohibida.
Un canal silencioso de comunicación.
Inrastreable… pero peligroso.
Me corté el pulgar con una hoja fina y dejé que una gota de sangre activara la piedra.
—Vared. Responde. —mi voz fue un susurro grave, cargado de impaciencia.
Silencio.
—Nos estás abandonando en el momento más crítico. Hay algo dentro del castillo… algo que va a nacer. Y si no me das órdenes pronto, actuaré sola.
El cristal brilló débilmente.
Una señal. Había sido recibido.
Pero no hubo respuesta.
Maldito.
¿Me usó y luego se ocultó? ¿O está muerto?
No importa.
El tiempo se acaba.
Alaric ha regresado más temprano de lo esperado. Lo vi desde la torre. La tensión se acumula en sus hombros. Lo rodea como una tormenta que aún no se descarga.
No encontró enemigos en las fronteras.
Porque el verdadero enemigo…
ya está dentro de sus muros.
Y él no lo sabe.
Aún.
Regresé al castillo sin ser vista, deslizándome entre las sombras, como un rumor apenas audible.
Y entonces…
La olí.
Jessed.
Estaba sola, en el jardín trasero, bajo la luz plateada de la luna. Sus manos acariciaban su vientre como si no pudiera evitarlo. Sonreía. Serena. Inocente.
Ignorante del fuego que estaba encendiendo con cada latido que crecía dentro de ella.
La observé en silencio, sin acercarme.
Porque si lo hacía… no podría controlarme.
La furia me hervía bajo la piel, latiendo como un segundo corazón.
—Pequeña reina —murmuré para mí—, no sabes aún el precio de traer luz al mundo.
Y cuando lo descubras…
Espero que estés preparada para sangrar por ello.