Sombras en el Linde
Jessed
Desde hacía días, el aire sabía distinto.
El frío no venía del viento… venía de adentro.
Había un pulso extraño en el castillo.
Las paredes susurraban cosas que nadie decía en voz alta.
Las sombras se estiraban más de lo normal.
Y dentro de mí… algo se removía.
No era solo intuición.
Era el vínculo.
El lobo.
Mi hijo.
Todas las partes de mí lo sentían. Una amenaza sin rostro. Una oscuridad sin nombre.
Ni siquiera el calor de Alaric, ni la seguridad de nuestras noches, podían apagarlo.
Era como si algo invisible me estuviera marcando para ser encontrada...
Era un tablero de ajedrez.
Y yo era la reina que se sentía acorralada
Entonces llegó una nota.
Un sello oficial. Un mensaje “confidencial”.
Convocándome con urgencia al Linde Sur, bajo el pretexto de una patrulla herida…
de que Alaric había sido atacado.
Mi corazón se detuvo.
Mi mente se nubló.
El instinto me gritó que no fuera.
Pero otra parte de mí —la loba, la compañera, la madre— no pudo ignorarlo.
Corrí. Sola. Sin avisar. Sin pensar.
Justo como esperaban.
El bosque me recibió con su aliento húmedo.
Los árboles crujían suavemente.
Las hojas caían como cenizas.
Avancé con la capa blanca sobre los hombros y una mano sobre el vientre.
Mi hijo se movía con inquietud.
—Tranquilo —murmuré—. Pronto volveremos con él.
Pero no dimos ni cinco pasos más cuando el mundo se volvió demasiado quieto.
Sin pájaros.
Sin viento.
Sin ecos.
Me detuve.
Y lo supe.
Era una trampa.
Un susurro.
Un roce.
Y luego… el golpe.
Un polvo oscuro estalló frente a mi rostro.
Antiguo. Envolvente.
Un sedante diseñado para adormecer hasta al lobo más salvaje.
Intenté correr. Transformarme. Clamar a la luna.
Pero mis piernas flaquearon.
Mis sentidos se apagaban.
A través de la neblina, vi una silueta femenina.
Delgada. Joven. Pero con los mismos ojos que conocía
los de Varya.
—Llévensela —ordenó la mujer, con voz firme—. Que no la toquen. La quiere viva. Y la quiere entera.
Alguien me sujetó. Me arrastraron.
El último pensamiento antes de caer fue una punzada ardiente en el pecho:
Esto no fue un error.
Fue una cacería.
Y yo era la presa desde el principio.
Después, la oscuridad.
Pero incluso ahí, en lo profundo del sueño inducido, una promesa me ardía en la sangre:
Él vendrá por mí.
Y nadie… absolutamente nadie… detendrá a un Alfa privado de su luna.