Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 42

Ausencia

Alaric

El silencio que precede al caos siempre es el más cruel.
Y esa mañana, el castillo estaba demasiado silencioso.

El sol se asomaba con pereza entre los vitrales, proyectando luces suaves sobre las paredes de piedra.
Pero algo no encajaba.
Mi pecho ardía desde que abrí los ojos.
Un vacío inexplicable… como si algo hubiera sido arrancado de golpe.
Y mi lobo… mi lobo no dejaba de aullar por dentro.

Busqué a Jessed.
En nuestra habitación.
En el jardín.
En la biblioteca.
Nada.

—¿Dónde está? —pregunté a la guardia más cercana.

—No ha sido vista desde el amanecer, mi señor. Creímos que estaba con usted…

El aire se volvió plomo.
Mi sangre, fuego.

No. No. No.

Llamé a la patrulla de élite. Revisamos cada rincón del castillo.
Seguimos su rastro.
Era claro, directo…
hasta el límite sur.

Y luego, nada.

Como si el mundo hubiera decidido borrar su existencia.

Mi respiración se hizo espesa.
Mi visión, roja.
Mi rugido estalló por los pasillos de piedra, haciendo vibrar hasta las raíces del castillo.
No gritaba desde antes de convertirme en Alfa.
Pero ahora, el lobo había tomado el control.

La manada entera se tensó.
Los ancianos bajaron la cabeza.
Los guerreros se pusieron en posición.

Porque todos sabían:

Esto fue un secuestro. Planificado. Frío. Premeditado.

Fui al consejo.
Reuní al círculo cerrado.
Y les hablé con voz de alfa.

—Jessed ha desaparecido. Y esto no fue obra de un enemigo externo. Fue un trabajo interno. Alguien conocía nuestras rutinas. Nuestros accesos. Nuestros tiempos.

Silencio.

Pero en ese silencio, un nombre flotó entre todos nosotros:

Varya.

—Ella no huyó porque tenía miedo. Huyó porque ya había hecho lo que vino a hacer —gruñí—. Nos debilitó. Y nos arrancó lo más sagrado.

Kael, mi mentor, levantó una mano.

—¿Y si no actuó sola?

La tensión aumentó.
Porque todos lo pensaban, pero nadie lo había dicho.

—Hay infiltrados —continué—. Gente que aún responde a ella… o a algo más oscuro.

Quise contenerme.

Pero entonces llegó la última estocada.

Uno de los centinelas se me acercó con un sobre sellado, encontrado en el despacho de mensajería.
Lo reconocí.
El mismo sello que usaron para convocar a Jessed a la frontera.

Pero había más.

Un segundo pergamino, enrollado dentro del sobre, marcado con cera blanca.
El símbolo de los reinos del Oeste. El símbolo de su sangre.

Lo abrí con manos temblorosas.

La letra era de ella. Firme. Elegante.

Padre,
La sangre del Norte y del Oeste se ha unido de forma más profunda de lo esperado.
Pronto habrá un latido más fuerte entre nosotros.
Pero el peligro aún camina entre las sombras.
No enviéis tropas. No aún.
Confío en él… y en mí.

Tu hija,
Jessed.

Mis rodillas casi cedieron.

El fuego en el pecho se convirtió en tormenta.

Ella está embarazada.

Y yo… no lo sabía.

No porque ella no confiara.
Sino porque me protegía.
Como siempre lo hacía.

Me arrodillé, los dedos apretando la carta contra el pecho.
La rabia. La impotencia. La culpa.

Me la arrebataron.
Nos la arrebataron.

El vínculo ardía.
No solo mi lobo gritaba ahora.
El suyo también.

Mi voz salió como un rugido bajo.

—Desde hoy, todo cambia.
Se acabaron las suposiciones.
Se acabaron las concesiones.
El próximo movimiento lo damos nosotros.

Y si alguien piensa que podrá tocar a mi compañera…
a mi hijo…

Que rece.
Porque el Alfa ha despertado.
Y el mundo va a temblar.




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