Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 43

La Reina en Jaula de Sombra

Jessed

El primer aliento fue un golpe.
Húmedo. Frío.
Con olor a tierra encerrada, a óxido antiguo, a destino atrapado.

Desperté atada.
No por cadenas que dolieran, sino por una prisión más profunda:
la del miedo que no se grita.
La del tiempo que no se mide.
La del instinto materno que ruge aunque el cuerpo tiemble.

El espacio era oscuro, como si la piedra hubiera olvidado que alguna vez conoció la luz.
Y mi lobo...
estaba alerta. Herido. Pero vivo.

El vínculo.
Tirante. Doloroso.
Como un hilo de plata que unía mi alma a la suya.
Alaric…

Él lo sabía.
Él lo sentía.
Él vendría.
Pero yo…
yo no podía esperar.
No con una nueva vida creciendo dentro de mí.
No con el peligro respirándome en la nuca.

El portón de hierro crujió.

Y apareció ella.

Varya.

No llegó como un enemigo ruidoso, sino como una sombra que se sabe poderosa.
Su caminar era firme, su expresión, medida.
Llevaba su cabello trenzado con precisión militar, una armadura ligera que no necesitaba para intimidar.
Pero lo más cortante eran sus ojos.

Ojos que no buscaban destruirme.
Ojos que buscaban poseerme.

—Pensé que despertarías antes —dijo con una sonrisa contenida—. Siempre fuiste más fuerte de lo que aparentabas.

No respondí.
La observé como se observa a una fiera: con respeto... y cálculo.
Ella no venía a interrogarme.
Venía a confesar.

—¿Qué quieres, Varya? —pregunté, con la voz más firme de lo que sentía.

—Lo que siempre fue mío por derecho —respondió sin pestañear—. Orden. Control. Y a ti.

Mi lobo gruñó internamente.
No de miedo.
De rabia.

—No me quieres a mí —le dije, sin dejar de mirarla—. Quieres lo que represento. El lazo con Alaric. El poder del Norte y del Oeste. El futuro.

Varya se acercó un paso. Su voz bajó, pero no perdió filo.

—Quiero a la única criatura en este maldito reino que hizo que el alfa se doblegara sin usar garras. Lo miras, y él olvida lo que es. Y por eso, Jessed... por eso no puedes quedarte con él.

—Tú no estás aquí por justicia —dije—. Estás aquí por celos. Por debilidad. Porque nunca fuiste suficiente.

La bofetada no llegó.
Pero el aire se tensó como si sí.
Y en su rostro…
un temblor.

—Tú no entiendes lo que has traído al mundo —susurró—. Ese hijo no es solo un heredero. Es una grieta. Una amenaza. Un cambio que va a romper los cimientos de todo lo que protegimos.

—¿Tanto te asusta la luz que prefiere esconderse en la sombra?

Ella se inclinó, cerca. Demasiado cerca.
Sus palabras rozaron mi oído con el veneno de quien no necesita gritar para herir.

—Y si lo tomo antes de que nazca… si lo formo a mi imagen…
quizá no sea tu linaje el que reine, sino el mío.

Mis cadenas crujieron al tensarse con mi cuerpo.
No supe si fue rabia, miedo o la fuerza de algo más grande que yo.
Pero lo juro por la luna…
no permitiré que lo toque.

—No eres madre —le dije en voz baja—. Y nunca lo serás. Porque quien ve un hijo como herramienta, jamás conocerá el poder de protegerlo.

Por primera vez, sus ojos titubearon.
Fue solo un instante.

Pero lo vi.
La grieta.

Varya se incorporó.
Sin hablar más.
Solo se marchó.
Y su sombra pareció más densa cuando cerró el portón tras de sí.

Antes de que la oscuridad volviera a envolver la estancia, un estruendo rompió el silencio.

La puerta se abrió de golpe.

Vared.

Su presencia era un huracán contenido.
Los músculos tensos, la mirada ardiendo en furia.

—Así que… no solo lo marcó Alaric —gruñó, con voz áspera—. Espera un hijo suyo.

Mi corazón dio un vuelco.

Él dio un paso adelante, pisando con la fuerza de quien carga siglos de odio y resentimiento.

—¿Quién te dio ese regalo? —su voz era un filo cortante—. ¿Quién se atrevió a cruzar mi camino sin mi permiso?

El aire se llenó de electricidad.

—No permitiré que esa sangre corra libre —dijo, con una mezcla de ira y desesperación—. No mientras yo respire.

Lo miré, cansada, pero firme.

—Ese hijo es mi esperanza —contesté—. No tuyo, ni de Varya, ni de nadie que quiera jugar con nuestras vidas como piezas.

Vared apretó los puños, su respiración pesada.

—Esto cambiará todo —sentenció—. Y haré que te arrepientas de haberlo llevado dentro.

Un escalofrío me recorrió.
Pero mi espíritu no se quebró.

—Entonces prepárate —dije—. Porque el que nace del amor es más fuerte que el odio.

Y mientras Vared me miraba, furioso y derrotado a la vez, supe que la verdadera batalla apenas comenzaba.




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