El Eco del Latido
Alaric
Esa noche no había luna.
Solo el frío eterno del ala norte, mapas desordenados, informes inútiles, y el sonido hueco del tiempo pasando sin ella.
Me apoyé contra la piedra, agotado.
La rabia se había secado.
La desesperación, también.
Solo quedaba un vacío que ni siquiera el vínculo lograba llenar del todo.
Hasta que…
Algo cambió.
No fue un dolor.
No una visión.
Fue... suave.
Un latido.
Débil. Pequeño. No mío.
No el de Jessed.
Era otro.
Me incorporé de golpe, la respiración suspendida.
No era posible.
¿Había imaginado eso?
Cerré los ojos.
Busqué el vínculo.
Ahí estaba: tenue, como un hilo flotando entre mundos, pero vivo.
Y entonces, como un segundo eco, lo sentí de nuevo.
Dos latidos.
Uno conocido. Uno... nuevo.
Uno más pequeño, más inestable.
Mi corazón se detuvo.
—Jessed…
El nombre se rompió en mi garganta.
No por dolor, sino por la verdad brutal que ahora se encendía en mi pecho como una antorcha sagrada:
Ella estaba viva.
Y no estaba sola.
—Kael —llamé, saliendo del ala con pasos frenéticos.
Él me interceptó antes de llegar al salón de guerra.
—¿Qué ocurrió?
—La encontré. No con los ojos. No con soldados.
Con el vínculo.
El bebé… está ahí. Está vivo.
Kael abrió los ojos como si el invierno acabara de ceder.
—¿Estás seguro?
—Como estoy seguro de que si no los traigo de vuelta… arderá este continente entero.
Y esta vez, no sería una ofensiva.
Sería un rescate guiado por el alma.