Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 46

El Rastro del Alma
Alaric

La tormenta en mi pecho se calmó apenas un instante cuando el vínculo volvió a latir con fuerza, con vida.
Pero no podía confiar solo en mi instinto. Necesitaba ayuda.

Así que llamé a quien más podría entender ese lazo: la Healer espiritual del castillo, una mujer sabia y serena que conocía los misterios del alma y del espíritu mejor que cualquiera.

Ella llegó al salón de guerra con pasos suaves, envuelta en un manto de hierbas y fragancias antiguas. Sus ojos reflejaban siglos de conocimiento.
—Alaric —dijo con respeto—. Has sentido el despertar del lazo. El vínculo no solo conecta cuerpos, sino espíritus. Y ahora también hay una nueva vida dentro de ese lazo.

Asentí, apretando los puños.
—Necesito que me ayudes a rastrear dónde está Jessed. No puede ser tarde.

La Healer cerró los ojos, respiró profundo y extendió sus manos sobre la mesa donde descansaban los mapas.
—Déjame sentir.

En ese momento, la puerta se abrió con un sonido firme.
Un hombre entró sin previo aviso.
El padre de Jessed.

Su mirada era dura, pero con un brillo de esperanza y determinación que hacía tiempo no veía en él.
—Vengo a ayudar —dijo, su voz grave resonando en el salón—. Mi hija no está sola. Mi sangre corre en sus venas, y juntos traeremos a mi nieto de vuelta.

Alaric lo miró, evaluando su determinación.
—Bienvenido. Cada aliado cuenta.

La Healer continúa —empezó a murmurar palabras antiguas, mientras el lazo vibraba y se hacía más fuerte bajo sus manos.

Una luz tenue emanó de la mesa, iluminando un punto borroso en el mapa.
—Aquí —dijo ella—. Aquí comienza el camino.

Alaric sintió cómo la furia y la desesperación cedían paso a la esperanza.
Por primera vez en meses, estaba seguro.
No solo lucharía por Jessed.
Lucharían juntos.

El punto marcado brillaba con un resplandor inestable, como si el mapa mismo dudara de lo que mostraba.
—No es un lugar estático —advirtió la Healer, sus dedos aún extendidos—. Se mueve con la sombra, escondido entre planos. Pero el vínculo nos ha dado una abertura.

El padre de Jessed se acercó.
—Ese territorio... lo conozco. Hay pasajes bajo las ruinas de Aenarh, donde los antiguos clanes ocultaban a los suyos. Si ella está allí, no será fácil entrar.

—No necesito fácil —respondí—. Solo necesito entrar.

Miré la mesa como si ya viera el trayecto. El camino estaba claro cruzaríamos los valles del norte, rodearíamos el pantano de Korr y bajaríamos por las grietas del abismo de piedra.

—Reúne a los mejores —ordené a uno de mis capitanes—. Rastreadores. Silenciosos. Leales.
—¿Y si es una trampa? —preguntó otro.
—Entonces, la romperemos desde dentro.

La Healer se levantó, agotada pero firme.
—La conexión entre ustedes es rara, poderosa. Es posible que los hijos ya compartan el vínculo. Sientas lo que sienten... si aprendes a escucharlos.

Me quedé en silencio. El pensamiento me estremeció. ¿Hijos?
Cerré los ojos y, por un segundo, escuché algo leve.
Un murmullo, como un eco ancestral.
No palabras.
Pero sí intención.
Resistencia. Vida.

El tiempo se agotaba. Pero por primera vez, sentí que no estaba corriendo hacia la oscuridad.
Corría hacia la luz.

Y no iba solo.




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