Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 47

La Fuerza de la Vida
Jessed

El encierro era frío y oscuro, pero dentro de mí ardía un fuego indomable.
Sentía cada movimiento, cada latido de los pequeños que crecía en mi vientre como una promesa, una rebelión silenciosa contra quienes me tenían prisionera.

El vínculo con Alaric era mi ancla y mi tormenta.
Me aferraba a su presencia ausente, a su fuerza que me llegaba como un susurro en la noche.
Pero el dolor empezó a llamar.
Al principio, leve.
Un tirón que se expandía y apretaba, como un latido intenso y creciente.
Los meses se habían convertido en un peso invisible, y ahora la vida que llevaba exigía salir.

Vareth Soren apareció en la penumbra, observando con una mezcla de desprecio y fascinación.
—¿Crees que puedes traer vida aquí, en mi dominio? —su voz era un filo frío—. Esto solo fortalecerá mi furia contra ti y contra Alaric.

Yo lo miré con la calma que da la certeza de quien está lista para enfrentar lo que venga.
El dolor se hizo más intenso, un rugido interno que me atravesaba, y con él, la necesidad de proteger a mis cachorros.

Intenté acomodarme como pude en el suelo de piedra, húmedo, cubierto apenas con telas viejas que apestaban a encierro y tiempo.
El mundo se redujo a oleadas que venían y se iban, cada vez más seguidas, más feroces.
Mi respiración se convirtió en un canto primitivo.
No había gritos, no había súplica.
Solo voluntad. Instinto.

Y entonces sucedió lo inesperado.
Cinco latidos distintos. Cinco presencias que empujaban con fuerza, con urgencia.
Tres machos, dos hembras. Cinco vidas que desafiaban la oscuridad y la violencia que me rodeaban.

Vareth maldijo con un grito que retumbó en las paredes.
—¡Cinco! ¡Cinco malditos cachorros! Esto cambia todo.

Sus palabras eran veneno, pero ya no me alcanzaban.
El dolor me rompía, sí, pero también me reconstruía.
Cada pequeño cuerpo que nacía traía consigo un nuevo hilo de luz, como si el alma del mundo se estuviera remendando dentro de mí.

Los envolví con lo que tenía: mi cuerpo, mis brazos, mi calor.
Uno a uno, los acerqué a mi pecho.
Su respiración era suave, pero firme.
Sus ojos aún cerrados, pero sus espíritus ya alertas.

Si quieres guerra, la tendrás —pensé, clavando la mirada en Vareth—. Pero perderás más de lo que imaginas.

Yo, jadeando, sostuve cada uno de sus pequeños cuerpos contra mi pecho, sintiendo la fuerza y la luz que emanaban, y supe que no era solo un lazo de sangre.
Era la promesa de un nuevo comienzo.
Y la advertencia de una tormenta que ni siquiera Vareth podría detener.

Y en el rincón más profundo de mi alma, sentí a Alaric.
Su energía, su decisión.
Él venía.

Y esta vez, no sería solo un rescate.
Sería el principio de algo que cambiaría nuestro mundo para siempre.




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