La Sombra de la Guerra
Vareth Soren
La noticia cayó como un golpe en mi pecho Jessed había dado a luz.
Cinco cachorros. Cinco nuevas amenazas que crecían dentro del castillo enemigo.
Una traición a mi paciencia y a mi poder.
No podía permitirme la debilidad.
No mientras ellos se fortalecían.
Convocó a sus más leales seguidores en la sala secreta bajo la fortaleza.
Sus rostros eran sombras en la penumbra, reflejando la furia contenida de su líder.
—Cinco —les dije con voz firme—. Cinco cachorros han nacido.
Y cada uno de ellos representa un peligro para nuestro dominio, para el equilibrio que hemos mantenido.
Sus ojos se iluminaron con una mezcla de miedo y ambición.
—Alaric y su manada se debilitan con el tiempo —continué—, pero no debemos subestimarlos.
Es ahora cuando debemos actuar.
Mostré el mapa donde creía que el enemigo planeaba refugiarse y crecer.
—Dividiremos nuestras fuerzas.
Una parte distraerá al alfa y sus hombres en el norte, mientras otro grupo infiltrará su territorio para atacar el corazón.
La guerra ya no es una opción; es una necesidad.
—Y Jessed —añadí con una sonrisa cruel—, debe entender que su fuerza no la salvará esta vez.
Porque esta vez, la destrucción será completa.
Con un golpe cerrado en la mesa, sellé el destino que se avecinaba.
—Preparaos.
Porque la tormenta que viene no tendrá piedad.
Cuando la sala quedó vacía, permanecí unos segundos en silencio.
La piedra bajo mis pies parecía arder, como si el suelo mismo presintiera la sangre que sería derramada.
Me acerqué a la cámara del sello, donde guardaba los antiguos talismanes de guerra, reliquias que solo se usaban cuando la balanza debía inclinarse a toda costa.
Saqué uno.
Un colmillo ennegrecido, arrancado del primer traidor de mi linaje.
Lo llevé al fuego y lo vi brillar con un resplandor turbio.
—Ustedes quieren un nuevo comienzo —murmuré, sin dirección, como si me escucharan los espíritus que aún habitaban las sombras—. Yo les daré un final digno.
Me dirigí luego a la celda donde aún mantenían los restos del círculo de control. Había sido usado para romper vínculos, dividir manadas, sembrar odio entre hermanos.
Volvería a activarlo.
Esta vez, apuntaría al lazo.
Al que unía a Jessed y Alaric.
—Que sientan la distancia como veneno —dije con los dientes apretados—. Que el amor se convierta en dolor.
Esa era mi verdadera arma.
No la espada.
Sino el corte invisible del miedo.
La corrupción del alma.
Volví a la superficie cuando el cuervo mayor descendió desde la torre. Traía un mensaje grabado en la runa del ala:
Alaric se ha movido.
Sonreí.
—Perfecto.
El tablero estaba listo.
La partida había comenzado.
Y yo no pensaba perder.