Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 50

El Latido de la Esperanza
Jessed

El eco de la guerra se sentía en el aire, aunque aquí, bajo tierra, todo parecía quieto.
La penumbra de la cueva apenas dejaba entrever las siluetas de mis cachorros.
Cinco pequeñas vidas que dependían de mí, y que ya luchaban con una fuerza inesperada.

Sus suaves movimientos contra mi piel eran el motor que me mantenía firme, a pesar del dolor y el miedo que no me abandonaban.
A cada respiración suya, mi corazón latía más fuerte.
No por valentía, sino por necesidad.
Porque ser madre me había convertido en algo más: en escudo, en raíz, en promesa.

Cada uno con sus ojos brillantes, cada uno con un futuro que debíamos proteger a toda costa.
Y aunque aún eran ciegos al mundo, yo podía ver en ellos la luz que nos devolvería el equilibrio.

Sentía el vínculo creciendo, envolviéndonos a todos, transmitiendo calma y fortaleza.
Pero también tensión.
Una vibración sutil en el aire, como si el lazo compartido con Alaric estuviera bajo ataque.
Como si algo —o alguien— intentara contaminarlo desde lejos.

Me obligué a respirar con lentitud, cerrando los ojos, dejando que la conexión con él se abriera paso a través de la oscuridad.
No vi su rostro, pero sí su intención.
Firme. Cargada de furia… y amor.
Él venía.

La amenaza de Vareth Soren y sus seguidores no era solo física, sino una sombra constante que oscurecía el refugio.
Podía sentirla reptar por las paredes, susurrando dudas, alimentando el miedo.
Pero no le di espacio.
No esta vez.

Me preparaba para lo que vendría, afilando no solo mi cuerpo sino mi mente.
Porque sabía que la batalla no era solo afuera, sino también en el corazón.

Tomé a uno de mis hijos en brazos.
Tenía un mechón de pelo blanco sobre la frente, como la luna en noche cerrada.
Y al tocarme la mejilla con sus diminutas garras, sentí una descarga de algo más que ternura.
Sentí poder.
Latente, ancestral.

—Vamos a salir de aquí —susurré, con una convicción que me sorprendió a mí misma—.
Este es solo el comienzo.

Y en ese momento, mientras los observaba dormir, sentí que cada latido, cada suspiro, era un juramento silencioso.
Un llamado que cruzaría el bosque, la piedra y la sangre.

No nos rendiremos.
No sin luchar.




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