Murallas de Fuego
Alaric
El amanecer llegó cargado de presagios.
El cielo no era dorado, sino rojo.
No por el sol, sino por la promesa de sangre.
El horizonte ardía con las primeras señales del ataque enemigo.
Humo, ruido de cuernos lejanos, pasos que rompían la quietud de la tierra.
La tierra vibraba bajo nuestros pies, mientras las sombras de Vareth y Varya avanzaban con ferocidad.
Pero estábamos listos.
Habíamos nacido para este momento.
Mi manada se desplegó con precisión, cada guerrero en su puesto, cada mirada fija en el peligro que se acercaba.
Kael comandaba la retaguardia, manteniendo las líneas firmes y asegurando la victoria.
Yo lideraba la vanguardia, enfrentando de frente el embate oscuro.
Nos movíamos con la precisión de lobos cazadores, silenciosos y letales.
A mi lado, la guardia real del padre de Jessed, curtida en mil batallas, aportaba fuerza y experiencia.
Un ejército pequeño, pero decidido a romper las cadenas que aprisionaban a nuestra Reina.
Cada paso nos acercaba a Jessed, y el vínculo vibraba con fuerza en mi pecho.
Como una cuerda tensa que jalaba desde lo más profundo del alma.
La sentía cerca.
Sufriendo, pero viva.
Resistiendo.
Al llegar al antiguo refugio, la oscuridad parecía más densa, pero no había miedo, solo fuego.
—Por ella, por los cachorros —ordené—. ¡A la carga!
El choque fue brutal.
La batalla se desató entre golpes, aullidos y estrategia.
Las primeras líneas del enemigo fueron barridas por el ímpetu de nuestra carga.
Los secuestradores no esperaban tanta ferocidad.
Tampoco tanta coordinación.
Cada movimiento de mi manada estaba sincronizado con la guardia real.
Unidos, éramos una fuerza imparable.
El acero se cruzaba con gruñidos y rugidos, mientras la tierra se manchaba de sangre y determinación.
En medio del caos, recordé las historias de los antiguos —cuando las manadas luchaban como uno solo, como si compartieran una misma alma—.
Hoy éramos eso.
Nuestra fuerza no solo estaba en el músculo, sino en el vínculo que nos unía.
Sentía a cada uno de mis hermanos y hermanas luchar con la fiereza de lobos defendiendo su manada.
—No pasarán —rugí, mientras bloqueaba un ataque y contraatacaba—.
Esto es nuestro hogar. Nuestra familia.
Vareth había soltado sus bestias más crueles.
Hombres deformados por la oscuridad, alimañas con forma de soldados, sombras que caminaban con filo.
Pero no bastaba.
No contra esto.
Las horas se convirtieron en una prueba de resistencia y voluntad.
Y aunque los enemigos presionaban, nuestras murallas no cedían.
Las llamas que encendían alrededor del campamento no nos amedrentaban.
Al contrario.
Eran faros.
Nos recordaban que el corazón ardía más fuerte que cualquier fuego externo.
La batalla apenas comenzaba.
Pero habíamos demostrado que estábamos dispuestos a luchar hasta el último aliento.
Porque en esta guerra, el amor y la lealtad serían nuestras armas más poderosas.
Y ningún monstruo, por más antiguo que fuera, podría arrancarlas de nuestras garras.