Fuego en las Sombras
Alaric
La noche todavía ardía con los ecos de la batalla, pero mi mente ya no encontraba reposo.
Los gritos, los choques de acero, y el olor a sangre permanecían en el aire, como una sombra que no se podía disipar. La fatiga amenazaba con arrastrarme, pero no podía permitírmelo.
Jessed estaba prisionera, y cada segundo que pasaba era una cuenta regresiva hacia lo inevitable.
Reuní a Kael y a los líderes de la manada en una sala estrecha y apartada, iluminada solo por las llamas vacilantes de unas pocas antorchas. El silencio era denso, cargado de la tensión que precede a la tormenta.
Cada uno de ellos me miraba con la misma mezcla de preocupación y resolución, conscientes de que lo que hablábamos podía cambiar el destino de nuestra familia.
—¿Qué tenemos? —pregunté con voz firme, pero cargada de urgencia.
Kael tomó la palabra, su voz grave resonando en el cuarto:
—He reunido informes de nuestros exploradores y algunos desertores. Hay un posible refugio en las tierras bajas del este, una antigua fortaleza oculta entre los bosques y la niebla. Podría ser donde mantienen a Jessed y a los cachorros.
A mi lado, la guardia real enviada por el padre de Jessed asentía, añadiendo datos sobre rutas de acceso, posibles emboscadas y el número estimado de enemigos.
La alianza que formábamos era una amalgama de fuerzas y esperanzas, un intento desesperado de equilibrar la balanza en esta guerra que amenazaba con consumirnos.
—Movilizamos en tres horas —ordené, sintiendo cómo cada palabra encendía una llama entre los presentes—.
Esta misión requiere sigilo, rapidez y precisión. Nadie debe fallar.
Mientras mis hombres y aliados comenzaban a prepararse, yo sentía el latido inconfundible del vínculo con Jessed. Era como si pudiera sentir su presencia, su fuerza, y también su lucha silenciosa contra la oscuridad que la rodeaba.
Cada instante lejos de ella era un tormento, pero también un combustible que avivaba mi determinación.
Me acerqué a la ventana que daba al bosque, donde la noche parecía respirar entre las sombras.
—Volveremos a casa —murmuré, como un juramento—. No importa lo que cueste.
Sabía que la batalla aún no había terminado.
Sabía que los verdaderos peligros aún acechaban en las sombras.
Pero también sabía que esta manada, unida por el amor y la lealtad, era una fuerza que ni siquiera la oscuridad más profunda podría apagar.
El amanecer nos encontraría en marcha, bajo el signo del fuego y la esperanza.
Una sola misión: traer a nuestra Reina a casa.