Rescate en la Penumbra
Alaric
La oscuridad era nuestra aliada mientras avanzábamos con paso firme hacia el escondite enemigo.
Cada sombra podía ocultar un peligro, cada silencio una emboscada.
El aire estaba pesado, cargado con el olor a humedad, tierra removida y miedo contenido.
Kael lideraba la vanguardia, sus sentidos alertas y sus músculos tensos como un arco listo para disparar.
Mis ojos recorrían el terreno con cautela, buscando cualquier indicio, cualquier sonido extraño.
Pero más allá de la amenaza física, sentía arder el vínculo con Jessed en mi pecho, una llama que no se apagaba, que me impulsaba a seguir adelante a pesar del cansancio y el miedo.
El murmullo sincronizado de la manada se mezclaba con el leve crujir de hojas secas bajo nuestros pies, como un latido constante que resonaba en la tierra.
Cada uno sabía lo que estaba en juego: no solo la vida de nuestra Reina y sus cachorros, sino el alma misma de nuestra manada.
Al llegar a la entrada del refugio, levanté la mano para hacer una señal de detenernos.
La quietud se volvió insoportable; hasta el aire parecía contener la respiración.
Sabía que en cualquier momento, un solo movimiento en falso podía desatar el caos.
Kael avanzó con sigilo y detectó una trampa casi invisible, un mecanismo cruel diseñado para romper huesos o terminar con vidas en un instante.
Con habilidad experta, desactivó el artefacto, y una puerta secreta se abrió con un crujido apenas audible.
Entramos, uno tras otro, con el corazón en la garganta y la mente afilada.
El interior era una prisión de sombras, fría y oscura, donde el tiempo parecía haberse detenido.
Los muros rezumaban abandono y sufrimiento, pero allí, en un rincón, brillaba una luz tenue y resistente.
Jessed estaba sentada en el suelo, su cuerpo delgado y pálido, pero sus ojos lilas eran un fuego vivo que atravesaba la penumbra.
Los cachorros dormían a su lado, acurrucados como un pequeño ejército de esperanza.
Cuando me vio, una mezcla de alivio, cansancio y determinación cruzó su rostro.
—Alaric... —susurró, su voz quebrada pero fuerte—. Sabía que vendrías.
Sin más palabras, me acerqué y la abracé con fuerza, sintiendo cómo su cuerpo temblaba contra el mío, pero también cómo esa llama interna no se había extinguido.
Era un momento de triunfo silencioso, una victoria contra la oscuridad que nos había querido derrotar.
Con cuidado, liberamos a Jessed y a los cachorros, cubriéndolos con mantas que habíamos traído.
Cada paso que dábamos hacia la salida era una batalla contra el ruido, contra los guardias que ya comenzaban a alertarse.
El silencio se rompía por el eco de pisadas y gritos lejanos, y la tensión se apoderó de nosotros.
Pero estábamos unidos.
Mi manada y yo, protegíamos a nuestra Reina con la fuerza de siglos, con la ferocidad de quienes no tienen nada que perder.
Finalmente, al salir a la luz del amanecer, el sol comenzaba a pintar el cielo con tonos cálidos y prometedores.
El aire fresco llenó mis pulmones, y por primera vez en días sentí una calma que pesaba tanto como la victoria.
—Estamos en casa —murmuré, mientras Jessed se aferraba a mí con un suspiro profundo—.
No importa lo que venga, no hay oscuridad que pueda apagar la luz que llevamos dentro.
Miré a mis hermanos de manada, cansados pero invencibles.
Sabía que el verdadero desafío apenas comenzaba.
Pero juntos, nadie podría rompernos.