Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 55

Renacer en la Manada
Alaric

El silencio en nuestro refugio era denso, cargado con el peso del alivio y la preocupación entrelazados en un mismo suspiro. Cada sonido parecía amplificado en aquella calma precaria. Jessed reposaba, agotada y débil, su respiración irregular llenaba el espacio, mientras los cachorros dormían cerca, acurrucados como frágiles promesas de un futuro incierto.

No podía creer que fueran cinco. Cinco pequeñas vidas, nuestras futuras generaciones, nacidas en medio de la tormenta y la oscuridad, pero con la fuerza para desafiarla. Me acerqué despacio, mis ojos recorrieron sus diminutos cuerpos, sus pálidos rostros surcados por sueños aún por descubrir. Algunos ya tenían los ojos abiertos, curiosos y brillantes, reflejando la intensidad y la determinación que veía en su madre.

—Tres machos y dos hembras —susurré, la voz apenas un murmullo que parecía romper la quietud. No podía apartar la mirada, como si contemplarles me diera una razón para seguir.

Jessed me devolvió la mirada, sus ojos lilas estaban cargados con una tristeza profunda, una melancolía que hablaba de heridas invisibles.
—Estaban bajo un hechizo —me explicó con voz apenas audible—. Me mantenían prisionera, no solo en cuerpo, sino en alma y poder. No podía protegerme... ni protegerlos.

Su voz era un hilo frágil, pero su espíritu, pese a todo, seguía siendo feroz, indomable.
—Pero ahora estás libre —le aseguré, apretando su mano con suavidad y convicción—. Y juntos, los protegeremos.

A lo lejos, Kael y la guardia real permanecían atentos, conscientes de que aquella calma era solo un respiro entre las tormentas. Mientras Jessed luchaba contra el agotamiento y los últimos vestigios del hechizo que aún se disolvían, yo sentía cómo el vínculo entre nosotros crecía con una fuerza imparable, como un lazo que nos unía no solo por sangre, sino por destino y voluntad.

Esos cinco cachorros no eran solo el futuro, eran la esperanza misma, la promesa de que nuestra manada renacería más fuerte.

—Les pondremos nombre —dije con determinación—. Nombres que reflejen la fuerza, el coraje y la unidad que define esta manada.

Jessed me regaló una sonrisa débil, un destello de luz en medio de la oscuridad. En ese instante supe, con toda certeza, que pese a las heridas, pese a las pérdidas, estábamos renaciendo.

Renaciendo juntos.




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