Los Ojos que Espían Desde Dentro
Alaric
Después del nacimiento de los cachorros, el castillo parecía haber recuperado una luz tenue, como si el alma misma del territorio intentara sanar junto a nosotros.
Pero yo no podía permitirme esa paz.
No del todo.
No cuando el peligro seguía tan cerca… demasiado cerca.
Desde el regreso de Jessed, algo no encajaba.
Los informes de patrullas llegaban con retraso.
Mensajes interceptados.
Una grieta en la protección de las fronteras.
Al principio creí que era solo paranoia, un eco de los meses de desesperación...
Pero entonces vi las marcas.
Pequeñas. Ocultas.
Símbolos grabados bajo piedras, en los márgenes de antiguos caminos.
Antiguas señales de espionaje.
Señales de traidores.
Convocamos al consejo en secreto.
No en la sala principal, sino en la cámara profunda, la que solo se abre cuando las amenazas no vienen de fuera… sino desde dentro.
Kael, siempre vigilante, fue el primero en hablar.
—La red de Varya no murió con su huida —dijo con voz ronca—. Se ocultó, se adaptó. Y ahora, está envenenando desde adentro.
Todos lo sabían.
Nadie lo decía.
Pero todos lo sabían.
No era solo un presentimiento.
Era una certeza forjada en errores, silencios y ausencias demasiado oportunas.
—¿Quién? —pregunté, con la voz baja pero llena de furia contenida—. ¿Quién entre nosotros aún responde a ella?
Silencio.
Hasta que Leira habló.
Leira, la nueva centinela, aquella que había ganado mi confianza tras la caída de Varya.
—No lo sé con certeza, mi Alfa. Pero los informes perdidos, las rutas mal trazadas, los escudos mal sellados… todo apunta a alguien dentro de las tropas élite.
Alguien que sabe mover las piezas sin ser visto.
Un nombre se formó en mi garganta.
Uno que no quería pronunciar.
Pero que debía enfrentar.
—…Thoren.
Kael apretó la mandíbula.
—Demasiado obediente últimamente. Demasiado limpio.
Leira asintió, su mirada fija en mí.
—Si está trabajando para ella… probablemente no esté solo.
Mi sangre rugía.
Mi lobo exigía justicia.
Pero no bastaba con rabia.
Necesitábamos pruebas. Necesitábamos precisión.
—No haremos nada aún —ordené—. Los dejaremos pensar que no sospechamos. Que nos estamos confiando.
Kael alzó una ceja, desconfiado.
—¿Para qué?
Mi mirada se endureció.
—Para que se expongan.
Porque si iban a traicionar a su manada, quería que lo hicieran frente a mí.
Y cuando lo hicieran…
No habría redención.
—Esta vez —dije con el alma hecha acero—, no solo defenderemos a los nuestros.
Purificaremos este territorio.
Con fuego, si es necesario.
Mientras la sala se vaciaba, supe que la calma estaba llegando a su fin.
Porque los ojos enemigos ya no miraban desde las sombras del bosque…
Estaban dentro de nuestros muros.