Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 59

La Herida Invisible
Jessed

El aire cambió esa tarde.
Como si la tierra misma se hubiese estremecido.

Los cachorros jugaban en el jardín interior, bajo la mirada atenta de las nodrizas y de mi padre, que había llegado hacía días para estar con nosotros.
Él, rey del Este, había dejado su trono por un tiempo para conocer a sus nietos.

Lo veía observarlos con una mezcla de orgullo y protección que me derretía el pecho.
Lyra corría entre los arbustos.
Darian intentaba morder una piedra, como si ya fuera un guerrero.
Y Eryon…
Eryon desapareció de nuestra vista por menos de un minuto.

Eso bastó.

Un grito.
Un rugido.
Y luego, el estruendo.

Corrí. Alaric también.

Cuando llegamos, mi padre estaba en el suelo, su cuerpo cubriendo el pequeño cuerpo de Eryon, con un brazo desgarrado por una trampa.
Una trampa de acero.
Oculta entre las raíces.
Perfectamente camuflada.
Diseñada para atrapar a un lobo.

—¡Padre! —caí a su lado, las manos temblando, su sangre manchando mi túnica.

Alaric arrancó la trampa de raíz, su lobo descontrolado, su mirada ardiente.
Eryon lloraba. Estaba ileso, gracias al escudo viviente que había sido mi padre.

—¿Cómo pudo pasar esto? —pregunté con la voz rota.

Kael llegó segundos después. Su rostro palideció al ver la escena.

—Estas trampas… no son nuestras.

Alaric se volvió hacia él.
—¿Entonces son de los traidores?

Kael asintió lentamente.
—O alguien con acceso a nuestros mapas y recorridos. Esto fue colocado con conocimiento de nuestros movimientos… y con una intención clara.

Alaric apretó los puños.
—Herir al heredero. Provocar caos. Hacerme dudar.

El peso cayó sobre todos nosotros.
Porque esto no fue un error.
Fue un mensaje.

Uno dirigido a nosotros… y a nuestros hijos.

Horas después, mientras los curanderos atendían a mi padre en una sala privada, Alaric me tomó la mano.
Su voz era un filo.

—Se acabó.
Los traidores han cruzado una línea sagrada.
No habrá misericordia.

Y en su pecho, donde el vínculo con nuestros hijos ardía, sentí lo mismo.
Una mezcla de miedo y furia.
Una voluntad nueva, nacida no solo del dolor…

Sino de la certeza de que no podemos proteger con palabras lo que los enemigos ya intentan destruir con acero.

Y esta vez, no esperaremos a que vuelvan a atacar.

La noticia se propagó como un fuego silencioso, invisible pero implacable.
En el salón de reuniones, Alaric convocó a los líderes y guerreros más leales.
Las miradas eran duras, la atmósfera tensa, como si el aire mismo estuviera cargado de advertencia.

—Han cruzado la línea —dijo Alaric con voz grave—.
No atacan solo a nosotros, atacan a lo que somos, a lo que representamos.
No podemos permitir que esta manada se rompa desde adentro.

Kael hizo un gesto hacia los mapas extendidos sobre la mesa.
—Las trampas fueron colocadas en puntos estratégicos, cerca de las rutas de patrulla y los lugares donde los cachorros juegan.
Quieren sembrar miedo, romper la confianza.

Jessed, aún pálida pero firme, se puso de pie.
—Nuestros cachorros son el futuro, y no podemos dejarlos crecer en un territorio de miedo.
Debemos descubrir a los traidores antes de que causen más daño.

Una murmuración de acuerdo recorrió la sala.
—Propongo dividir a la manada en grupos pequeños —dijo Leira—.
Grupos que se vigilen entre sí, que puedan actuar rápido ante cualquier señal.

—Y traer a los más fieles de fuera —añadió Alaric—.
Necesitamos ojos nuevos, fuera de la influencia de los traidores.

El plan estaba trazado, pero ninguno ocultaba la preocupación.
Era una guerra invisible, una lucha de sombras y silencios.

Mientras nos preparábamos, sentí el peso de la responsabilidad en mis hombros.
Pero también la fuerza que solo una manada unida puede ofrecer.

No dejaríamos que esta herida invisible nos destruyera.
Nos levantaríamos, más fuertes, más atentos, más feroces.

Porque la manada no es solo sangre ni fuerza…
Es lealtad.
Y eso, nadie podrá romperlo.

Mientras la noche avanzaba, y los susurros de la manada se calmaban, una sombra más profunda se asentaba en mi pecho. No era solo la amenaza externa o el dolor de la herida visible… había un secreto que pesaba en el aire, algo que ni siquiera las cicatrices podían ocultar. Sabía que debía buscar respuestas, y que esas respuestas solo vendrían de quienes guardaban las historias antiguas, las que hablaban de linajes, de poderes dormidos y de destinos escritos en la luna.

Con la mirada fija en la oscuridad que envolvía nuestro refugio, me preparé para enfrentar esa verdad que, finalmente, estaba dispuesta a revelar su nombre




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