Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 60

La Sangre que No Olvida
Jessed

El cuarto estaba en penumbra, apenas iluminado por la tenue luz de una vela que lanzaba sombras danzantes sobre las paredes.
El olor a hierbas curativas y ungüentos llenaba el aire, mezclándose con el aroma de la madera vieja y la humedad que se colaba por las rendijas.
La respiración de mi padre era lenta, pero firme, cada inhalación un suspiro de batalla ganada y de heridas profundas.

Me senté a su lado, con la mirada fija en su rostro marcado por el dolor y la fatiga.
Había pasado horas inconsciente, con el brazo vendado hasta el hombro, envenenado por el metal con el que habían fabricado la trampa.
Un metal extraño, encantado, prohibido.

Cuando finalmente abrió los ojos, no me miró de inmediato.
Sus pupilas recorrieron el techo, como si midieran el peso del cielo, de las estrellas y del destino que nos aguardaba.
Luego, con una voz que parecía contener siglos de historia, me habló:

—No fue solo una trampa, hija. Fue una advertencia. Para ti. Para lo que llevas en el vientre... y para lo que está por despertar.

Un escalofrío recorrió mi espalda.
—¿De qué hablas? —pregunté, intentando controlar el temblor en mi voz.

Se incorporó apenas, gimiendo por el dolor, pero sus ojos no perdían la intensidad.
Me tomó la mano con la suya, aún débil pero firme.

—Hay una verdad que nunca te dije. Que nadie fuera del consejo real del Este conoce. Una profecía sellada antes de tu nacimiento.

Tragué saliva, sintiendo el peso de esas palabras.
—¿Una profecía?

Asintió con gravedad.
—No eres solo heredera del Este. Tu linaje, por parte de mi madre, proviene del Primer Sangre. De los portadores originales del vínculo con la luna.

La sangre antigua... la que podía alterar el destino de los clanes.

Sentí cómo mi corazón se aceleraba, cada latido un recordatorio de que todo era mucho más grande de lo que había imaginado.

—¿Y por qué nunca lo dijiste?

—Porque quienes conocen esa verdad... también conocen el miedo.
Algunos, como Varya y sus seguidores, no quieren un heredero con ese poder.
Tus hijos no son solo hijos de un Alfa. Son la unión de la sangre de la luna... y el poder del Norte.

Mis dedos se aferraron a su mano con más fuerza.
—Entonces, ellos no serán solo herederos. Serán símbolos.

Y los símbolos desatan guerras.

Su voz era un susurro que retumbaba en mi alma.
Me quedé en silencio, asimilando cada palabra.
El ataque. La trampa. El temor que siempre sentí pero no podía nombrar.

No era solo una lucha por territorio o poder político.
Era una guerra por la sangre. Por lo que representábamos.
Por lo que mis hijos traerían al mundo.

Mi padre volvió a hablar, con voz grave y firme, como un anciano que entrega la última lección antes del amanecer:

—Debes decidir, Jessed.
O escondes esa verdad y los crías en las sombras…
O los alzas ante la luna y haces que esta guerra tenga un propósito.
Uno que ni siquiera nuestros enemigos puedan detener.

Cerré los ojos.
La luna no nos había elegido por azar.
El vínculo. La unión. La caída. El renacer.

Todo había sido una preparación.

Y ahora entendía por qué.

Porque no vinimos a sobrevivir.

Vinimos a despertar lo que el mundo había olvidado.




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