Verdad a la Luz de la Luna
Alaric
El consejo estaba reunido.
La sala de piedra parecía más fría esa noche, como si presintiera lo que estaba por revelarse. Las antorchas crepitaban, lanzando sombras que danzaban en los rostros severos de los líderes del Norte, de los antiguos guardianes del equilibrio.
Estaban todos. Los clanes más antiguos, los alfas aliados, los centinelas de frontera. Algunos desconfiaban, otros esperaban. Todos exigían respuestas.
Jessed entró a mi lado.
Caminaba con la frente en alto, sin armadura ni corona, pero con la fuerza de una reina nacida del fuego. Su mirada no vacilaba. No más.
Su padre, aún convaleciente, observaba desde un rincón elevado del salón, su brazo vendado y su rostro marcado por la gravedad de lo que estaba por decirse.
Yo fui el primero en hablar.
—Hemos resistido el ataque de nuestros enemigos. Hemos enfrentado traiciones, trampas, y sombras que se esconden incluso dentro de nuestros muros. Pero hay una verdad que, hasta ahora, había permanecido enterrada.
Los murmullos se alzaron como una marea.
—¿Verdad?
—¿Qué ocultan?
—¿Tiene que ver con los hijos de Jessed?
Ella dio un paso al frente. Su voz no necesitó elevarse para silenciarlos a todos.
—Esta guerra no comenzó con la caída de Varya, ni con los intentos de usurpar el poder del Norte. Comenzó mucho antes. Con una historia borrada. Con una sangre que el mundo prefirió olvidar.
Los rostros se endurecieron. Algunos se tensaron como si presintieran el nombre que estaba por pronunciarse.
—¿Te refieres a… la Sangre de Luna? —preguntó Kael, el más antiguo entre ellos, su voz grave como piedra agrietada por los siglos.
Jessed asintió, sin vacilar.
—Sí. Esa sangre corre por mis venas.
Un silencio denso cayó como una tormenta contenida.
Yo di un paso junto a ella, sin apartar la mirada del consejo.
—Esa línea no fue destruida. Fue oculta. Protegida. Pero ha vuelto. Y nuestros hijos… son su legado. Herederos no solo del Norte y del Este. Sino del vínculo original. El que nace directamente de la luna.
—¡Eso no es posible! —exclamó un Alfa menor, levantándose de su asiento—. ¡Esa sangre fue erradicada por el peligro que representaba!
—No fue erradicada —respondió Jessed con firmeza—. Fue silenciada. Porque temían su poder. Temían lo que podía significar. Pero ahora, ese miedo ha despertado. Nos lo han recordado con trampas, con intentos de asesinato, con espionaje dentro de nuestras propias tierras.
Kael se levantó lentamente. Sus ojos brillaban con algo que no era temor… sino reconocimiento.
—¿Por qué revelarlo ahora?
—Porque ya no podemos escondernos —dije—. El enemigo lo sabe. Por eso nos atacaron. Por eso apuntaron al más pequeño de nuestros hijos. No luchan por tronos. Luchan por silenciar una herencia que no pueden controlar.
Jessed levantó el rostro hacia la bóveda del techo, donde una abertura dejaba filtrar la luz de la luna llena.
—Y si nosotros no abrazamos lo que somos, si no nos unimos ahora… seremos vencidos. Uno por uno.
Su voz era como una oración ancestral. O una profecía que se acababa de cumplir.
Yo apreté su mano.
—No venimos a pedir permiso. Venimos a dar una advertencia. Y una elección.
Mi mirada recorrió los rostros tensos, desconcertados, algunos ya comprendiendo lo inevitable.
—O se unen a nosotros y luchan por el legado de nuestros hijos…
O se apartan.
Kael se acercó. Su bastón golpeó el suelo con un eco grave que pareció sacudir las paredes mismas del castillo.
—Si la luna los ha marcado… si esta sangre ha despertado… entonces los antiguos tiempos han regresado. Y con ellos, los antiguos enemigos.
Hizo una pausa. Luego, con voz solemne:
—Guíennos. Porque necesitaremos cada fragmento de esa sangre para sobrevivir lo que viene.
Jessed cerró los ojos por un instante. Un suspiro escapó de sus labios, no de cansancio… sino de liberación.
La verdad ya no era un peso.
Era una llama.
Y con ella, íbamos a encender la revolución.