Guarida de traidores
Jessed & Alaric
La noche cayó como un manto pesado sobre el territorio.
El viento traía un presagio helado.
Alaric y yo habíamos comenzado a preparar a la manada para lo que se avecinaba.
El consejo, fortalecido por nuestra verdad compartida, se organizaba en silencio.
Pero… sabíamos que no éramos los únicos recuperando fuerzas.
Las patrullas informaron movimientos más allá de la frontera oeste.
Pequeños grupos, enviados con escolta arcana, capaces de rastrear el vínculo y atacar antes del amanecer.
Y cuando llegó el primer ataque, supimos que no era producto del azar.
La ofensiva llegó en oleadas.
Guerreros sombríos, caballos negros, encantamientos prohibidos.
Contra fuego y acero, nos defendimos.
Entre gritos y explosiones de luz, miro a los míos: el futuro —nuestros cachorros— latía en cada escudo hundido, en cada escarpado costillar que resistía.
Pero el objetivo no eran solo las tropas.
Eran ellos.
Eryon fue alcanzado por un dardo encantado, que lo dejó inconsciente y atado al suelo del salón mayor.
Pero uno de ellos disparó un segundo dardo en mi dirección.
Alaric lo interceptó, protegiéndome.
Su costado sangraba con un corte profundo.
Me arrojé sobre él, usando mi magia para detener el sangrado.
Sentí su sangre caliente —la misma sangre que prometimos proteger.
Fue en ese instante que sucedió.
Un estrépito dentro de la sala del consejo.
Puertas crujiendo bajo el peso de alguien protegido por runas antiguas…
protecciones de fe, no de magia común.
Y allí estaba.
Lucan, consejero de confianza, sangre pura del consejo, una figura respetada… y el verdadero arquitecto de todo.
Ante nuestro horror, sus ojos brillaron con orgullo y triunfo.
—Pensaron que Varya sería suficiente —dijo con voz firme—. Vared... un peón incauto.
Pero solo obedecían mis hilos.
La nueva línea de sangre… la potencia ancestral… todo debía morir.
—Tengo el respaldo de antiguos pactos —continuó—. Pactos sellados antes de que cualquiera de vosotros exista.
Los miembros del consejo lo rodearon, algunos retrocedieron.
Otros se abalanzaron, pero la magia antigua que portaba los detuvo en seco.
—Este linaje es peligroso —aseguró con crueldad—. Y yo seré quien gobierne. No habrá unión, solo orden.
Dioses y hombres juntos caerán ante mi mano.
Alaric, herido, se levantó con gran esfuerzo.
Su mirada intimidante detuvo el asalto antes de que estallara la carnicería.
—No mientras nuestro vínculo aliente, consejero.
No mientras nuestros hijos respiren con luz —rugió con voz rota, pero indeclinable.
Lucan sonrió.
—Entonces morirán.
Con un corte de su mano, liberó la magia que lo protegía.
Juro que su poder era ancestral y oscuro.
La guerra había cambiado. Ya no era solo sangre contra sangre.
Era alma contra alma.
compañero y su manada pendiendo de un hilo, algo despierta en lo más profundo… algo que ni los dioses antiguos pudieron prever.