Eco de lo No Dicho
Alaric & Jessed
Alaric
Lucan yacía de rodillas, el cuerpo ardiendo en runas rotas, su aliento convertido en un silbido rasgado.
La energía de Jessed aún chispeaba en el aire, como si el mismísimo cielo la reclamara.
—¿Lo matamos? —preguntó Kael, su voz más lobo que hombre.
No respondí de inmediato.
El poder que Lucan invocó no era solo suyo. Sentí... una presencia.
Un eco más allá de su carne.
Kharaz’el.
Ese nombre.
Esa sombra.
Era más que un dios olvidado.
Era un pacto vivo.
Y si matábamos a Lucan sin romper ese lazo, algo más grande podría ocupar su lugar.
—No aún —dije con voz ronca, apoyándome en mi espada.
Todos en la sala estaban tensos. Algunos deseaban su cabeza. Otros solo querían respuestas.
Pero lo que se sentía era más profundo:
el miedo de haber despertado algo que no controlábamos.
Jessed
Me acerqué al cuerpo tembloroso de Lucan.
Sus ojos, antes llenos de arrogancia, ahora eran los de un hombre que había visto demasiado.
No por culpa nuestra… sino por lo que había invocado.
—¿Lo ves, Lucan? —susurré—. Te convertiste en lo mismo que juraste destruir.
Él tosió, sangre oscura manchando su mentón.
—No… entiendes… Kharaz’el no muere. Él... despierta.
La sala enmudeció.
—¿A qué te aferraste? —le pregunté, sintiendo la vibración de magia antigua todavía en su piel—. ¿Qué le ofreciste?
—Mi alma... la vuestra… a cambio del orden.
Orden.
No justicia. No equilibrio.
Control.
Lucan cerró los ojos, y en su pecho, una runa palpitó como un corazón ajeno.
Kael maldijo en voz baja.
—Tenemos que sellarlo —dijo—. Antes de que esa cosa cruce el velo usando su cuerpo.
Asentí. Extendí mis manos sobre Lucan. Las marcas lunares en mi piel brillaron de nuevo.
Pero esta vez, el poder no era solo mío.
Lo sentí.
Mis hijos.
Desde la cámara sagrada, estaban despiertos.
Conectados.
“Madre, ¿lo estás protegiendo o deteniendo?”
Era Eryon. Su voz ya sonaba más sabia de lo que debería.
—Lo detengo, hijo —murmuré—. Lo cierro antes de que algo peor entre.
Las cinco energías se alzaron como hilos invisibles a mi alrededor.
No era un hechizo aprendido.
Era herencia.
Voluntad.
El círculo se cerró sobre Lucan, sellando el vínculo que lo ataba al dios oscuro.
Una grieta se oyó en el aire, como si un cristal gigantesco se partiera en alguna dimensión lejana.
Lucan gritó, no de dolor físico…
sino por la pérdida de su fe.
Y entonces, se desmayó.
Alaric
La sala quedó en silencio.
Un silencio denso, reverente.
Jessed se mantuvo firme, las marcas de luz aún respirando en su piel.
La vi entonces como nunca antes: no solo madre, compañera o loba.
La vi como lo que la profecía había prometido.
La hija de la luna.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó Leira.
Miré a todos los presentes.
—Lucan vivirá… hasta que sepamos si aún queda parte de él o si es ya un recipiente vacío.
Kael asintió.
—Y si vuelve a invocar su pacto…
—Entonces yo misma lo sellaré de forma definitiva —interrumpió Jessed.
Jessed
Cuando salimos de la cámara, la luna nos esperaba en lo alto.
Llena.
Radiante.
Casi cómplice.
Y aunque mis pasos estaban cansados, mi espíritu estaba en paz.
Porque lo comprendí, al fin.
El enemigo ya no solo es quien porta acero o magia.
Es el miedo.
Es la voz que susurra que somos demasiado diferentes para merecer un lugar.
Es la herencia torcida que pretende controlarnos.
Pero esta vez, no retrocederemos.
Nuestros hijos ya no vivirán con la cabeza baja.
El linaje ha despertado.
Y ahora…
la sangre habla.