Juicio de Sombras y Lunas
Alaric & Jessed
La gran sala estaba llena. Las antorchas lanzaban una luz temblorosa que apenas alcanzaba las sombras en las esquinas, pero la atmósfera ya no era de miedo ni de incertidumbre. Era un aire denso de resolución y expectación contenida.
En el centro del círculo sagrado y ancestral, Lucan yacía encadenado. Su arrogancia, esa misma que había desafiado a la luna y a los dioses, todavía brillaba con un fulgor obstinado en sus ojos. Pero ahora, su mirada buscaba una salida que no existía.
Los miembros del consejo y los más fieles de la manada formaban un anillo alrededor, sus rostros tensos y sus manos apretadas. Kael, el viejo alfa y mentor, se plantó frente a todos con la solemnidad de quien sostiene el destino de muchos.
—Consejero Lucan —exigió con voz firme—, se te acusa de traición, conspiración y abuso de magia ancestral prohibida. Tendrás la oportunidad de defenderte. Pero no habrá clemencia si se confirma tu culpa.
Lucan alzó la cabeza con un gesto de desprecio, aunque su cuerpo parecía agotado.
—Fui un mártir —dijo, su voz cargada de orgullo herido—. Un visionario que supo ver el destino que este reino necesitaba.
Un susurro colectivo recorrió la sala. Algunos fruncieron el ceño; otros intercambiaron miradas incrédulas.
—¿En nombre de qué? —preguntó una anciana del consejo, con la autoridad que le daban sus años—. ¿De un futuro construido sobre el poder absoluto y la sangre derramada?
—De un futuro fuerte —respondió Lucan, sin titubear—. Ustedes temen el cambio. Y los hijos de Jessed y Alaric representan ese cambio. Temen su poder. Temen su sangre.
Jessed avanzó un paso, sus ojos lilas brillaban con una luz fría y afilada.
—Mi linaje no es una amenaza —dijo, clara y decidida—. Es esperanza. Y tu ambición, Lucan... casi destruye todo lo que protegemos.
Se giró hacia el consejo, firme, imponente.
—Decidan.
La sala se llenó de murmullos discordantes. Unos sostenían la línea tradicional, otros querían justicia rápida, sin miramientos. Cinco nombres se escucharon con intención de sembrar discordia y duda.
Pero Kael levantó la mano y el silencio volvió, pesado como una losa.
—Este es un momento decisivo —declaró con voz grave—. Sacerdotes del Norte, traigan el Sello Sagrado. Guardias del Este, escolten al consejo fiel. Y ustedes, hijos de la luna, observen bien: los mayores ponen a prueba si estamos listos para renacer o caer.
Dos sacerdotes entraron portando un relicario de plata y obsidiana. El Sello del Juramento, un símbolo milenario que representaba la pureza y la fuerza del pacto ancestral.
Kael lo colocó cuidadosamente delante de Lucan.
—Tócalo y gíralo —ordenó—. Si tu magia es pura y tus intenciones justas, resistirás el juramento. Si no… morirás por tu traición.
Un silencio absoluto cubrió la sala. Los ojos de todos se posaron en Lucan.
Él bajó la mirada, extenuado. Su pecho subía y bajaba con dificultad. Sus dedos temblaron mientras se acercaban al sello.
Un sudor frío le perlaba la frente.
Susurró antiguas fórmulas, palabras que apenas un puñado de personas conocía. El aire vibró con magia ancestral.
Pero el sello no respondió. Ni una chispa. Ni un brillo tenue.
Los ojos de Lucan se apagaron, y un gruñido de frustración salió de sus labios.
—¡Maldición! —vociferó—. La luna sigue viva en ellos.
Se giró hacia mí, con una mezcla de rabia y resignación.
—Disfruta tu victoria... prima.
Y cayó. Esta vez no hubo luz ni fuerza para levantarse.
Un silencio de piedra invadió la sala.
Kael tomó el sello, que empezó a brillar con un intenso resplandor lunar. Lo pasó lentamente por encima del cuerpo inmóvil de Lucan.
El suelo vibró con un murmullo profundo, como si la tierra misma respirara.
Una bruma luminosa comenzó a elevarse, absorbiendo la oscuridad y la sombra que el traidor había dejado atrás.
El Sello del Juramento se elevó al centro del círculo, brillando con lunas crecientes, símbolos de renacimiento y poder.
Era una señal clara: el pacto ancestral se renovaba. La manada se había purificado.
Miré a Jessed. Sus ojos se llenaron de lágrimas, mezcla de orgullo, alivio y dolor por lo que habíamos atravesado.
—Esto es más que una victoria —le susurré—. Es el renacer de todo lo que hemos perdido y el inicio de lo que debemos proteger.
—Sí —respondió ella—. Ahora la manada conoce su verdad. Ya nadie podrá negar lo que somos. Lo que significa luchar por lo que realmente importa.
Salí al balcón, acompañado por los miembros del consejo. La luna llena iluminaba el territorio con una luz fría y clara.
A lo lejos, el aullido de la manada resonaba, un canto ancestral que recorría las murallas, anunciando que la sombra había sido purgada.
Habíamos alzado una luz que jamás se apagaría.
El futuro estaba en nuestras manos. Y esta vez, íbamos a protegerlo con todo nuestro ser.