Ecos del Corazón
Jessed
En la penumbra de la noche, recostada junto a Alaric, siento cómo el ritmo de su respiración se entrelaza con el mío, como un lazo invisible que nos une más allá de las palabras. Su presencia es un refugio que no había permitido que mi alma conociera desde hace demasiado tiempo. Aquí, en este espacio suspendido entre las guerras y las traiciones, soy solo yo. Sin títulos, sin luchas, solo una mujer que ama y es amada.
Sus manos, fuertes pero suaves, recorren mi piel con una ternura que me estremece. Cada roce es una promesa silenciosa de protección y entrega. Quisiera que este momento no terminara nunca, que la luna se detuviera en el cielo para ser testigo eterno de esta calma que ha encontrado mi corazón.
Mientras cierro los ojos, dejo que los recuerdos fluyan —de los días en que me sentí perdida, cargando con secretos demasiado pesados para mi juventud, y de la sombra del miedo que me acechaba incluso en mis sueños—. Ahora, a su lado, el miedo se disuelve como niebla bajo el sol. Con Alaric, he aprendido que la fuerza no siempre es el filo de una espada, sino la calma que se encuentra en un abrazo.
Al abrir los ojos, veo la luna brillante a través de la ventana. Su luz plateada pinta destellos en la habitación, y siento que algo más allá de nosotros observa y protege. Porque esta unión, esta llama que hemos encendido, es mucho más que dos almas entrelazadas; es la chispa que puede renacer todo nuestro mundo.
Entonces, escucho un suave murmullo a lo lejos: los primeros aullidos de la manada, como una melodía antigua que resuena en mi pecho. Es un recordatorio de que no estamos solos, que nuestras vidas están tejidas con las de aquellos que aman y luchan por el mismo sueño.
Pero mientras nosotros encontramos paz, sé que la batalla sigue más allá de estas paredes. Y en ese pensamiento, un susurro me llega desde el pasillo: Kaelen, nuestro hijo mayor, observa desde la sombra. Sus ojos reflejan la luna, llenos de una mezcla de miedo y esperanza. Ha aprendido a leer nuestras miradas, a entender sin palabras que esta noche es sagrada. Que aunque el mundo afuera arda en caos, aquí dentro, somos invencibles.
Kaelen da un paso tímido hacia la habitación, luego se detiene. No quiere interrumpir, pero tampoco puede alejarse. En su joven corazón, sabe que estos momentos son el verdadero legado que sus padres le dejan: amor y fortaleza, unidos para siempre.
Suspiro y le hago una señal suave para que se acerque. Alaric lo recibe con una sonrisa cálida, y en ese instante, nuestra familia —por pequeña que sea— se siente completa. No necesito decirle que este es solo un instante, que la lucha volverá al amanecer. Él lo sabe. Pero también sabe que el amor que compartimos será su escudo y su guía.
Mientras Kaelen se acurruca entre nosotros, siento que la luna afuera brilla con más fuerza, como si bendijera este refugio. Somos un faro en la oscuridad, una promesa viva de que, pese a todo, la sangre y el amor nunca se quebrantarán.
Aquí, bajo el manto eterno de la luna, encuentro la paz que siempre busqué. Y con Alaric y mis hijos, sé que podemos enfrentar cualquier sombra que intente apagar nuestra luz.