El Primer Año de Luz
Jessed
Ha pasado un año desde aquella noche en que la luna nos bendijo con su luz plateada y el destino comenzó a cambiar. Un año desde que la oscuridad quiso apagarnos, y nosotros elegimos brillar más fuerte. Ahora, la primavera se asoma tímida sobre el territorio, pintando de verde los bosques y despertando a la vida que antes parecía perdida.
Hoy es un día especial. El primer cumpleaños de nuestros hijos.
Cinco estrellas diminutas que comenzaron como un sueño en mi vientre y que ahora corren, gatean y balbucean bajo nuestro techo, llenándolo de risas y pequeñas promesas. Kaelen, Lyra, Eryon, Seren y Darian. Cada uno con su luz propia, con sus ojos reflejando la fuerza de nuestro linaje y la esperanza de un futuro que ya no se siente tan incierto.
La gran sala del castillo se ha transformado en un refugio de alegría. Guirnaldas de flores silvestres cuelgan de las vigas, velas perfumadas encienden el aire, y los miembros de la manada han llegado para celebrar con nosotros. Hay cantos antiguos, relatos de antaño, y una atmósfera que mezcla respeto con una felicidad genuina que parecía olvidada.
Alaric está a mi lado, sosteniendo la mano que le tiendo con un gesto cargado de amor. Sus ojos se posan en nuestros cachorros con una ternura que quiebra cualquier barrera de dureza que ambos hemos tenido que mostrar.
"Han crecido rápido," dice en voz baja, casi para sí mismo.
"Como deben," respondo, sonriendo. "Fueron hechos para resistir y para renacer."
Nuestros hijos juegan cerca del fuego, rodeados por sus tíos y tías, aprendiendo a correr, a explorar el mundo con la curiosidad de quienes están destinados a cambiarlo. Kaelen lidera pequeñas travesuras, Lyra lo sigue con risas, Eryon protege a Seren, y Darian, el más pequeño, observa con ojos brillantes y curiosos.
Por un momento, cierro los ojos y dejo que el sonido de sus risas me envuelva. Un año ha pasado desde la tormenta, desde las batallas que casi nos destruyen. Pero aquí estamos, juntos y más fuertes. Este cumpleaños no es solo un rito. Es un símbolo. La prueba viva de que nuestra sangre, nuestra verdad y nuestro amor siguen intactos.
Entonces, la puerta se abre suavemente. Kael, nuestro mentor, entra con una sonrisa cálida y una pequeña caja tallada en madera.
—Un regalo para los pequeños —dice—. Un recuerdo del pacto y del legado que llevan en sus venas.
Abro la caja y dentro descubro cinco collares, cada uno con un pequeño colgante en forma de luna creciente. "Para protegerlos," explica Kael, "para recordarles siempre quiénes son y de dónde vienen."
Colocamos los collares alrededor de sus cuellos con solemnidad, mientras la manada aúlla a la luna que ahora llena el cielo nocturno, una luna que parece más brillante que nunca.
En ese instante, siento que todo el sacrificio, el dolor y la lucha han valido la pena.
Nuestros hijos no solo han cumplido un año de vida. Han cumplido el primer año de un futuro que solo empieza a escribirse.
Y sé, con la certeza que solo la sangre y el amor pueden otorgar, que no importa qué sombras intenten oscurecernos, la luz que hemos encendido seguirá ardiendo eternamente.
La noche se convierte en fiesta bajo el cielo estrellado. Alaric y yo observamos cómo la manada se reúne alrededor del gran fuego central, que crepita y chisporrotea, lanzando destellos anaranjados que bailan en las caras iluminadas de los presentes.
Los guerreros, a pesar de la rigidez de sus armaduras y las cicatrices de batalla, sonríen y se permiten momentos de alegría sincera. Las mujeres del clan han preparado un banquete con frutos silvestres, carnes asadas y dulces elaborados con miel y hierbas recolectadas en el bosque. Las mesas de madera están adornadas con flores y hojas de laurel, símbolos de protección y fuerza.
Los niños, ajenos a la carga que llevan en su sangre, disfrutan corriendo entre los adultos, jugando con los cachorros y dejando escapar risas que se sienten como un bálsamo para el alma cansada de todos.
Una anciana del consejo, con el cabello plateado como la luna misma, comienza a entonar una canción antigua, un canto que habla del ciclo eterno de la vida, de la luna que guía y de la sangre que une. Su voz es profunda y resonante, y poco a poco todos se suman, aullidos que suben al cielo como una plegaria colectiva.
Alaric toma mi mano, y por un momento el mundo entero se reduce a ese gesto. Sin palabras, compartimos el orgullo, la esperanza y la paz que solo este instante puede ofrecer.
Nuestros hijos, adornados con los collares de luna, son el centro de la celebración. Kaelen, con su espíritu protector, lleva a su hermana Lyra en brazos, mientras Eryon se acerca curioso al fuego, fascinado por las llamas que parecen bailar a su alrededor. Seren y Darian se miran con inocente complicidad, explorando el mundo que se abre ante ellos.
El tiempo parece detenerse, y siento que este día será recordado para siempre, no solo como un cumpleaños, sino como el renacer de una promesa, la promesa de que mientras la luna siga brillando, nuestra manada seguirá fuerte, unida y libre.
Cuando la fiesta comienza a disminuir y las estrellas ocupan todo el cielo, me acerco a Alaric y le susurro:
—Este es solo el comienzo.
Él asiente, con esa mezcla de ternura y determinación que siempre me ha conquistado.
—Y juntos, escribiremos cada capítulo.
La luna, testigo eterna de nuestro pacto, nos envuelve con su luz suave y protectora, mientras la manada aúlla en celebración, el eco de un futuro que ya no teme a la oscuridad.