Coronada por el destino, marcada por el deseo

Capítulo 70

Sombras Renacientes
Jessed

Las primeras luces del amanecer traían consigo un silencio inquietante. Después de la celebración del cumpleaños, esperaba una calma que nunca llegó. En lugar de eso, un presagio oscuro se cernía sobre nosotros.

Me levanté al alba, caminando hacia la cámara sagrada. Me detuve ante mis hijos: cinco pequeños seres envueltos en mantas suaves, sus respiraciones pausadas. Sus collares de luna relucían aún bajo la luz del día, promesas vivas de su poder y su destino.

Me giré al ver a Alaric acercarse tras de mí, sus pasos firmes y alerta.

—¿Descansaste? —preguntó, en voz baja.

Asentí, aunque mi corazón latía con fuerza.

—Algo no está bien —murmuré—. Anoche... escuché su voz.

Él se tensó. Las cicatrices a lo largo de su costado brillaron bajo su camisa ligera.

—¿Lo confirmas? ¿Fue real? —su voz era un filo.

Asentí.
—Sabía que Lucan no se marchó. Que él… renació en la sombra.

Alaric cerró los ojos, respirando hondo.
—Debemos actuar antes de que esa sombra nos encuentre dormidos.

Juntos, bajamos al salón central. El consejo ya estaba reunido. Sus rostros reflejaban preocupación y cansancio.

Me encaré con ellos.
—Lucan no está muerto. He escuchado su voz anoche. Es su eco. Su presencia… y está planeando algo.

Hubo un murmullo colectivo. Kael avanzó y apoyó una mano en mi hombro.
—Si su alma se dispersó, su intención podría estar fragmentada. Pero no subestimemos su poder.

De pronto, la puerta se abrió con violencia. Un mensajero exhausto, con la túnica rasgada y sangre seca en una mejilla, irrumpió:

—¡Alaric! ¡Jessed! —jadeó—. El puesto avanzado al norte… ha sido destruido. Se alzaron soldados encapuchados y seres sin rostros. No dejaron sobrevivientes.

Un silencio helado nos envolvió.

—¿Rostros? —susurré, con el corazón en un puño.

El mensajero negó con un hilo de voz.
—Bajo capuchas. Sin símbolos. Solo oscuridad. Y un murmullo que decía: “La luna se apagará”.

Miré a Alaric.
—Eso no es Lucan… es algo peor.

El consejo se alzó. Kael habló con voz grave:
—Esto ya no es una guerra de magos o de hombres. Esto es una batalla por el alma del mundo.

Alaric alzó su espada al techo del salón y gritó:

—¡Por Lucan, por la sangre y por nuestros hijos… no permitiremos que nadie, sombra alguna, apague nuestra luz!

Un eco de gritos y aullidos siguió su llamado, resonando por todo el castillo.

Esta vez, la amenaza no venía solo de afuera.

Una oscuridad sin nombre, sin rostro y sin límite, había renacido para destruirnos desde nuestro núcleo.

Y nosotros estábamos listos para luchar.




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